Primero sueño (fragmento)

Sorjuana Inés de la Cruz

1692

[…]

así pues, de profundo

sueño dulce los miembros ocupados,

quedaron los sentidos

del que ejercicio tienen ordinario

(trabajo en fin, pero trabajo amado,

si hay amable trabajo),

si privados no, al menos suspendidos,

y cediendo al retrato del contrario

de la vida, que, lentamente armado,

cobarde embiste y vence perezoso

con armas soñolientas,

desde el cayado humilde al cetro altivo

sin que haya distintivo

que el sayal de la púrpura discierna,

pues su nivel, en todo poderoso,

gradúa por exentas

a ningunas personas,

desde la de a quien tres forman coronas

soberana tiara

hasta la que pajiza vive choza;

desde la que el Danubio undoso dora,

a la que junco humilde, humilde mora;

y con siempre igual vara

(como, en efecto, imagen poderosa

de la muerte) Morfeo

el sayal mide igual con el brocado.

El alma, pues, suspensa

del exterior gobierno —en que, ocupada

en material empleo,

o bien o mal da el día por gastado—,

solamente dispensa

remota, si del todo separada

no, a los de muerte temporal opresos,

lánguidos miembros, sosegados huesos,

los gajes del calor vegetativo,

el cuerpo siendo, en sosegada calma,

un cadáver con alma,

muerto a la vida y a la muerte vivo,

de lo segundo dando tardas señas

el de reloj humano

vital volante que, sino con mano,

con arterial concierto, unas pequeñas

muestras, pulsando, manifiesta lento

de su bien regulado movimiento.

Este, pues, miembro rey y centro vivo

de espíritus vitales,

con su asociado respirante fuelle

—pulmón, que imán del viento es atractivo,

que en movimientos nunca desiguales,

o comprimiendo ya, o ya dilatando

el musculoso, claro, arcaduz blando,

hace que en él resuelle

el que le circunscribe fresco ambiente

que impele ya caliente,

y él venga su expulsión haciendo, activo,

pequeños robos al calor nativo,

algún tiempo llorados,

nunca recuperados,

si ahora no sentidos de su dueño,

(que, repetido, no hay robo pequeño)—;

estos, pues, de mayor, como ya digo,

excepción, uno y otro fiel testigo,

la vida aseguraban,

mientras con mudas voces impugnaban

la información, callados, los sentidos,

con no replicar solo defendidos;

y la lengua que, torpe, enmudecía,

con no poder hablar los desmentía.

Y aquella del calor más competente

científica oficina,

próvida de los miembros despensera,

que avara nunca y siempre diligente,

ni a la parte prefiere más vecina

ni olvida a la remota,

y en ajustado natural cuadrante,

las cuantidades nota

que a cada cual tocarle considera,

del que alambicó quilo el incesante

calor, en el manjar que, medianero

piadoso, entre él y el húmedo interpuso

su inocente sustancia,

pagando por entero

la que, ya piedad sea, o ya arrogancia,

al contrario voraz, necio, la expuso

(merecido castigo, aunque se excuse,

al que en pendencia ajena se introduce);

esta, pues, si no fragua de Vulcano,

templada hoguera del calor humano,

al cerebro enviaba

húmedos, mas tan claros, los vapores

de los atemperados cuatro humores,

que con ellos no solo empañaba

los simulacros que la estimativa

dio a la imaginativa

y aquesta, por custodia más segura,

en forma ya más pura

entregó a la memoria (que, oficiosa,

grabó tenaz y guarda cuidadosa),

sino que daban a la fantasía

lugar de que formase

imágenes diversas.

Y del modo

que en tersa superficie, que de Faro

cristalino portento, asilo raro

fue, en distancia longísima se vían,

sin que esta le estorbase,

del reino casi de Neptuno todo,

las que distantes le surcaban naves,

viéndose claramente,

en su azogada luna

el número, el tamaño y la fortuna

que en la instable campaña transparente

arresgadas tenían,

mientras aguas y vientos dividían

sus velas leves y sus quillas graves:

así ella, sosegada, iba copiando

las imágenes todas de las cosas,

y el pincel invisible iba formando

de mentales, sin luz, siempre vistosas

colores, las figuras

no solo ya de todas las criaturas

sublunares, mas aun también de aquellas

que intelectuales claras son estrellas,

y en el modo posible

que concebirse puede lo invisible,

en sí, mañosa, las representaba

y al alma las mostraba.