Querens

Pedro Castera

1890

I

El crepúsculo había sido lluvioso. La atmósfera estaba como purificada por las corrientes eléctricas y el cielo, gris perla durante la tarde, había pasado al azul-pálido primero y a seguida, a un profundo color azul turquí. Las estrellas brillaban silenciosas como vistas a través de inmensa lente. Hubiérase dicho el relampaguear de los soles en los senos profundos de la extensión. Se veía también imaginariamente las órbitas de los astros como si estuviesen formadas de cristal luminoso. Elevabáse el alma a confundirse con aquellas radiaciones lejanas y el espíritu quería desprenderse para enseñorearse de la creación. Algo de ese pensamiento infinito que la anima, se imponía magestuosa y tranquilamente, al ser que al contemplar meditaba en aquellos mundos e indefinibles esplendores. El agua en suspensión que impregnaba la atmósfera, descomponía las vibraciones de los mundos lejanos en prismas imperceptibles que transformaban los átomos en astros y los cielos en un cristal que tuviese la transparencia azulada del zafiro y la limpidez y pureza del diamante. Diríase que la claridad estelar superaba a la claridad del día. Era el día en efecto, pero el día universal. Las noches de la India, tienen como nuestras noches tropicales, esa pompa, ese lu]o, esa esplendidez de la que se enorgullece América. Las estrellas parecían aumentar en tamaño, dilatarse y crecer aproximándose. A veces en nuestras selvas vírgenes, los pájaros saludan con sus melodiosos trinos, a esas noches en que las miradas de los astros los engañan imitando la naciente claridad del alba. Venus como Sirio producen tanta luz que generan sombra. Las constelaciones como las nebulosas, cambian caprichosamente en los espacios, dejando en ellos como los cometas, una especie de cauda lumínica. La huella del brillante sobre el brillo o el cristal, copia débilmente la traza que sobre las turquezas siderales dibujan esas aglomeraciones cósmicas que como la más rica pedrería, encierran en sí todos los colores del iris. Diamante millonario en facetas, la noche centellaba. En el océano estelar se movían gigantescas oleadas de soles. Goethe, define a la naturaleza como un monstruo que se agita devorandolo todo; ese monstruo que devora, crea y la noche es creadora. La vida de los astros solo es perceptible durante la noche. Victor Hugo explica el día como la aproximación de una estrella. ¿Qué otra cosa es la noche, en efecto, más que la radiación de las estrellas en la extensión universal? Ante ese misterio soberano, siempre nuevo y siempre espléndido, siempre inexplicado e indefinible, el alma se abstrae y medita.

La meditación es el esfuerzo del alma para analizar y profundizar las ideas.

Las ideas se producen en el cerebro por sensaciones externas o internas. Los cuadros de la naturaleza, vistos o contemplados, se reproducen en la memoria, se perfilan, se dibujan y se acentúan, con mayor o menor riqueza de colorido según la fuerza de la imaginación que los ha copiado. La voluntad, por medio de la memoria, evoca las sensaciones y éstas engendran las ideas. Pensar, es de todos los actos, el más grandioso de la voluntad humana. La razón sirve para comparar, elegir y valorizar las ideas, pero éstas, no pueden producirse en el cerebro sino pasando antes, como dijo Aristóteles, por el dominio de los sentidos.

Las ideas innatas, es decir, el pensamiento increado, coetaneo del espíritu, es la facultad del genio. El genio crea hasta inconscientemente. El estado de inspiración es un trabajo del cerebro con independencia absoluta de la voluntad. Lo uno no excluye lo otro. Entre ambos estados existe lo que algunos llaman extravagantes.

Esa noche, contra mi costumbre, meditaba, recordando ciertos rasgos de la existencia, de uno de esos seres.

En la vida intelectual, la conciencia es la brújula de la razón, En el océano del alma, las pasiones son sus tempestades. Confrontar la conciencia con el cielo, reflejar el firmamento de las ideas, sobre el firmamento de las estrellas y absorber las fuerzas de la naturaleza, para utilizarlas en provecho del engrandecimiento del espíritu, tal debe ser el esfuerzo de todo pensador.

El pensamiento es en los seres, un fenómeno psíquico, tan natural como el fenómeno físico de la radiación en los astros.

Solamente que la radiación es limitada y el pensamiento no. La radiación se extiende a determinada distancia y el pensamiento lo abarca todo. El pensamiento es infinito porque contiene a éste en sí mismo. La facultad de pensar es como si dijéramos la dilatación ó la expansión del alma. La escuela materialista sostiene que el pensamiento es una secreción del cerebro, como la bilis es una secreción del hígado. Tanto más valdría que comparasen, como lo hacemos, el efecto que el calórico produce en los cuerpos, es decir, su aumento de volumen, con el esfuerzo que la voluntad imprime al cerebro para pensar. Suprimid la voluntad y está suprimido todo. La voluntad es la reina soberana de todas las fuerzas. Dios es la voluntad radiante en la creación.

II

El capricho de un doctor curándome males imaginarios como todos los que he padecido en mi existencia, había causado mi radicación por corto tiempo en la pintoresca ciudad de Tlalpam. Según se expresó, estaba yo enfermo de una cosa que denominaba hipocondria.

La hipocondria no es tan imaginaria como se cree. De la hipocondria a la hepatitis, hay corta distancia y en las enfermedades,como en la mayor parte de las cosas de la vida, lo difícil es el principio. Cuando el doctor me habló con cierta suficiencia, como que él solo se entendía, de los hipocondrios, yo me le puse serio. Insistió aumentando el tono magistral de su voz y mi aspecto grave aumentó también. La consulta tomaba un camino escabroso, y la conversación hubiera degenerado en plática enojosa, si él, con el tacto acomodaticio que a veces los distingue, no hubiese transigido recetándome un leve destierro: en otros términos, un poco de la vida de pueblo.

La vida en los pueblos en monótona y cansada, pero en cambio, es tranquila. Se vive poco con la vida social, pero mucho con la vida contemplativa, con la ociosidad indolente, con esa languidez voluptuosa a la que los tontos llaman pereza. Pintóla Virgilio con maraviollosísimo pincel. Censuróla Cervantes, con inmortal maestría. Una fruición dulce embargóme el cerebro, recordando las Egloglas y la imaginación, delineó con lujo de colorido, aquellas charlas con el barbero y con el boticario del pueblo. Las castañas asadas al tibio rescoldo, no se que trozos de leña chispeando en la chimenea, creaciones fantásticas, entrevistas en el humo, el agua sollozando contra los cristales de las ventanas, viejos sillones en que adormecerse, vastas piezas solitarias y tristes, el hogar como un nido, unos cuantos libros y la tranquilidad, la calma, el silencio y el reposo: todo eso pasó ante mi vista, deslumbrándome con una de esas visiones que a algunos parecen, como el pálido reflejo de una imaginación enfermiza.

Tlalpam está situado a inmadiaciones del Ajusco. Cuando éste cerro cubre su cúspide de nieve, el viento helado que baja de la montaña vuelve su temperamento frío. En la temporada veraniega, es como el temperamento de Taxco, tibio e igual. Las vegas que rodean a la población, están regadas por el agua que baja de los ramales de la Sierra Madre, y por algunas vertientes inmediatas. Los paisajes son accidentados y pintorescos y cambian su aspecto constantemente, según la posición que ocupa el observador. Largas calzadas de álamos, saúces, fresnos y eucaliptos, extiéndense hasta perderse de vista por la llanura, dividiendo las sementeras, que por su naturaleza cambian el tono del color verde pálido al verde oscuro y profundo. La opulencia de las tintas es variada. El agua límpida corre como arroyos de diamantes y quiebra sus cristales entre aquellos mantos de esmeraldas, haciendo con la luz y con los rayos dorados de nuestro sol tropical, un juego en el que el iris multiplica la magnificencia del colorido. El aire puro, impregnado de fuertes aromas, la atmósfera transparente, el sol brillante destacándose como un vívido rubí, sobre un cielo azul marino y sereno, algunos cirrus delicados como el encaje de Inglaterra, copiando en sus contornos el caserío y alguna águila que se desprende magestuosamente de los picachos de la montaña, para perderse entre aquellas nubes que esmaltan la serenidad de los cielos, forman el fondo del cuadro.

La ciudad está compuesta de largas calles trazadas a cordel y formadas por casas bajas y entresoladas. Casi todas las de las manzanas centrales, encierran hermosos jardines, y las de los suburbios, solares cultivados por los indígenas, restos de aquella valiente raza azteca, que no ha perdido su vigor, porque aún conserva la pureza de su sangre. Entre los maizales y los alfalfares, se ven los duraznos y los castaños cargados de frutos, enrojecidos y dorados por el polvo de granate que en cascadas de abrillantada luz les manda el sol. Crece en el empedrado de las calles la yerba y sobre las cercas de adobe, se ven algunas plantas floreciendo. Los agaves, prolongan las cercas y forman como inmensos tableros de ajedrez, sobre la página verde de la llanura. Algunos árboles imitan enormes ramilletes, y a lo lejos, se ven ondular bosques de pinos, sobre el manto accidentado de las montañas.

La plaza está cubierta por árboles frondosos a cuya sombra viven canastillos de flores. Los floripondios, los heliotropos, los geranios y las rosas, compiten en prodigalidad de perfumes. La savia cruje bajo las hojas estremecidas. Los tallos tiemblan a impulsos de la electricidad. El calor se convierte en movimiento. Rumores que no se describen, se transforman en ritmos que os acarician los oídos. Cada árbol imita un ramo, y de su seno sombrío y movible, se desprenden conciertos formados por los pájaros. El número de flores rivaliza con el número de nidos. Las alas se agitan conmovidas y acarician amorosamente a las ramas. La brisa parece una voz que canta, un arpegio, que suspira, una melodía, que se queja. El verbo existe en toda la naturaleza y aquella fiesta de lujuriosa vegetación, posee un canto que guarda la córola y que copia el ave. Por la noche aquella selva de flores se enciende por innúmeras luciérnagas, que copian en su brillo fosfórico el pálido fulgor de las constelaciones lejanas.

Cuando la luna navegando aparentemente por entre esas constelaciones, acaricia con sus melancólicos rayos las copas frondosas de los árboles, a los rumores dulces, vagos, indistintos de la naturaleza, se mezclan voces alegres de de graciosas jóvenes, que juegan entre aquellos canastillos, en los que palpitan las fuerzas transformándose en aromas. La luz lunar comunica a las hojas un brillo plateado. Faldas vaporosas de géneros blancos se ven cruzar, aparecer y desaparecer entre los troncos añosos y los arbustos pequeños. Todo está en flor, desde el musgo que cubre en parte la tierra que fermenta, hasta las parásitas que cuelgan de los brazos de los árboles, columpiándose graciosamente. Juegos casi infantiles, llenos de esa inocencia encantadora que tiene en ciertas mujeres la juventud, preocupa aquellos cerebros, en que hierven las ideas conmovidas por el hálito mudo pero elocuente de la primavera. Se oyen las voces frescas, voluptuosas, risueñas, como los besos que en los nidos prodíganse las aves. Becquer pensó alguna vez copiar la imagen fantástica que un rayo de luna dibujaba entre las alamedas de Toledo, bajo las formas de una mujer. El inmortal autor de Fausto habla alguna ocasión de un sueño semejante. Cuentan que las bayaderas en la India, aparecen así, cubiertas con vaporosas telas y como jugando con los rayos lunares. A lo lejos, las ventanas de las casas aparecen brillando y destacándose con lujo luminoso sobre el azul pálido y levemente plateado que toma la atmósfera. El constraste de luces forma artístico estudio. El campanario se lanza atrevidamente sobre los cielos, y el toque de las horas, turba tan solo esa quietud y esa apacible dulzura que tiene la noche, en la soledad de una meditación o cuando en ella se contempla, uno de esos cuadros en los cuales cambia sus matices con opulencia de sombras para suplir con ellas la falta de colores. La tierra desprende cálido vapor, cruje la savia, muévense los tallos, acarícianse las hojas, enmudecen los nidos, agítanse muellemente las copas de los árboles, chispea la vida sobre la hierba y sobre los cielos, y del conjunto despréndese gigantesco y alado ritmo, que como inmensa queja o como glorioso cántico, se desprende y se eleva, dulce y poéticamente de todas las cosas y de todos los seres. En ciertas noches, la naturaleza es como inmensa estrofa. No sé qué melodías cruzan la atmósfera recogiendo en sus alas aéreas, todos los rumores para transformarlos en eternales himnos. Aquellas voces alegres y juveniles parece como que dejan sus notas más puras y más delicadas entre aquella fiesta de luces y de flores. Así como los perfumes quedan errantes, después que se han desprendido de los cálices que los encerraban, así también sonidos dulces y acariciadores; quedan como flotando vagarosos y ténues por entre el murmullo de la vegetación creciente. Cada átomo de polen parece desprender un Silfo, como cada movimiento de los múltiples rayos en que se descompone la luz lunar, al romperse por entre las hojas imita craciones fantásticas visibles tan solo a la mente exaltada por el delirio. La fiebre suple a veces el color, origina y produce la creación. El paisaje toma tonos más dulces que los producidos por la claridad del día. La naturaleza estremécese temblando con voluptuosidad al desplegar sus esplendores y mientras la córola descompone la luz del astro, el eterno y misterioso himeneo de la materia y de la fuerza, brilla desde las plantas microscópicas, hasta los turbiones cósmicos que como huracanes de estrellas, vuelan por las profundidades azules de la extensión.

III

Comencé a vivir con la vida monótona que se acostumbra en los pueblos. Levantábame temprano; almorzaba frugalmente, cultivaba un pequeño sembrado, hacía algún ejercicio, hojeaba algunos libros, deleitábame releyendo el Quijote y después de hacerlo, fastidiábame la mayor parte del tiempo. A veces, salía de casa, y visitaba los alrededores, pues quería distraerme con la contemplación de los paisajes, veía el ganado pastando, los labradores recorriendo las sementeras, la transparencia de los horizontes, las nubes cambiando de formas, y volvía a casa arrepentido de la expedición y con ánimo de no renovarla. Cuando recibía periódicos diarios de la capital, aumentaba el hastío con su lectura. Tan frugal como el almuerzo era la comida. En seguida continuaba las lecturas y al toque de queda, aún se acostumbraba, refugiábame al lecho, buscando el reposo, para proseguir en los días subsecuentes, idéntica vida.

El criado que funcionaba como ayuda de cámara y hortelano, sirvió de conducto para que me fuese presentado el juez, y la criada que me asistía, para la presentación del boticario. Entre ambos me presentaron al cura y aquí me tienen ustedes, que por las noches, pude ver realizadas ciertas escenas del Quijote y así reunido con mis comensales, jugar a la malilla.

¡Qué dulces pláticas sobre la vida del campo! ¡Qué comentarios a la política del país! ¡Qué discusiones aquellas, sobre las noticias exageradas por los periódicos! Conversaciones salpicadas con los bostezos y los latines del cura, los chismes del juez y las anécdotas del boticario. Con solo un capitán de la guarnición, el jefe político y el barbero, la reunión se hubiera convertido en club y puestóse a la moda, por supuesto, en el pueblo.

Solamente faltaba la chimenea, el humo y las castañas asándose al amor y ¡qué amor, el amor de la lumbre! Entonces y con la imaginación de Hoffman ó Dickens, el cuadro hubiera sido completo.

Poco a poco, fueron conociéndome los vecinos del pueblo. En las ciudades cortas se adquieren fácilmente relaciones. El tendero a quién se le compran las semilias y una que otra vez una botella de vino, el gendarme de la esquina, que os ve pasar diariamente y la mujer que os vende los tabacos, se encargan de vuestra popularidad. Encuentránse pocos transeuntes por la calle, pero los que os encuentran os saludan. La cosa se hace sin pensar, naturalmente, sin que sea necesaria una presentación oficial. Todo semblante extraño llama la atención. —Es nuevo en el pueblo dicen. ¿Quién es? preguntan. ¿Cómo se llama? ¿A qué ha venido? ¿Qué vientos le traen por esta tierra?— Y los vecinos se cuchichean y durante una semana, os convertis en un acontecimiento y a la siguiente, ya sois persona conocida y se os ha hecho reputación.

Giran las conversaciones sobre las siembras, la escarcha, el calor, el frío, los regadíos, el temporal, el arrendamiento de los terrenos y a veces, como no hay motivo para formarlos, hasta la reposición de un techo o la construcción de una cerca. Naturalmente, una reputación se forma pronto.

Á los quince días de radicación, todo el pueblo me conocía sin que yo conociese a nadie, más, que a las personas antes dichas, y a las tres noches de malilla, el tema de nuestras pláticas se había agotado.

Las malillas silenciosas cansan de un modo inconcebible. Viendo que aquel silencio fatigoso, acabaría pronto con nuestro principio de club, traté de darle una amplitud mayor. Para esto, era necesario inquirir quiénes eran las personas que en la ciudad fuesen dignas de aquel honor, (mi amor propio considerábalo así), y esto prestaba nuevos asuntos a la conversación.

—¿Qué hay notable en el pueblo? les interrogué una noche entre una y otra malilla.

—¿Notable? agregó el juez, casi con asombro. Notable es todo, el templo, el juzgado y la botica.

—¿Notable? agregó el juez, la vida que se disfruta, la tranquilidad pública, la honradez de los vecinos, la hacienda más inmediata, una fábrica próxima, los jardínes y las huertas, en una palabra, ¡hay tantas cosas!

—¡Notable! dijo a su turno el boticario, notable, es decir, extraño, yo solo conozco una cosa, es una especie de hombre.

—Un hombre notable suspiré con la satisfacción de un hombre gastrónomo que saborea una trufa. Pues el asunto promete, doctor. (Este título agrada a los boticarios) dije dirigiéndome al curandero y restregándome las manos con júbilo. Cuente usted y va de charla.

Olvidábaseme, antes de proseguir, dar una idea del local. Todos, supongo conocen una sala pobre de pueblo, esto es, una pieza grande llena de telarañas en los rincones, con las vigas del techo ennegrecidas por la vejez, los alacranes imitando el chirrido de las visagras de las ventanas, las mariposas revoloteando en derredor del velón, las sombras luchando con su mortecina luz, el piso cubierto con esteras, las paredes encaladas, un ajuar destripado por el uso y en el centro de la sala, una mesa de pino, como aquella de la que habla Espronceda, sobre de la cual se verificaban nuestros duelos a la malilla, fumando algunos cigarrillos y tomando pequeños sorbos de vino mescal. En el exterior, el lejano ladrar de los perros, las campanas marcando la sucesión eterna de las horas y el canto de los grillos o de las ranas, interrumpiendo el silencio solemne y majestuoso de la noche.

IV

¿Creen ustedes en las maravillas que puede producir una palabra fácil, rápida, elocuente, vibrante, apasionada? ¿Creen en que la palabra pueda delinear, dibujar y pintar, con la pureza, tono y colorido, que roba de los misterios de la inspiración? ¿Creen en que los arranques de las pasiones, pueden transmitirse a los vocablos, para que la frase se anime y las ideas vivan y brillen con inmortal llama, encerradas en irreprochable, correcta y purísima forma? Pues ese misterio, secreto en el que se encierra la divinidad del verbo, ese arte por medio del cual la palabra crea, esa ciencia por la que se impone la estética al espíritu, arrebatándole, ennobleciéndole y elevándole, se desbordó de los labios de aquel hombre en conceptos sencillos, en diálogo ligero, en natural inspiración, que hoy la memoria y el cerebro, tratan en vano de reproducir.

La palabra brotaba fluida, armoniosa, elegante, multiplicando las frases, produciendo las ideas, dibujando las imágenes y estos carenciendo de afectación, con la mayor naturalidad, sin que se apercibiese de que al hablar, comunicaba la vida, el calor y la fuerza fecunda y creadora, al lenguaje vigoroso y flexible en su expresión

Las ideas son de quien las produce y no hago más que transcribir. Si es grande pensar, es más grande aún, encerrar y doblegar el pensamiento bajo la palabra rebelde y mezquina, amoldar las ideas a las frases, sujetar al espíritu, obligándole a que se exprese y crear el verbo por el imperio y el absoluto dominio de la voluntad. «El estilo es el hombre» ha dicho alguien. Eso no es decir nada. El estilo es el alma. El estilo es la esencia del espíritu. Los pensamientos inundados de colorido. Las sensaciones comunicadas al lenguaje. Las pasiones transformándose en ideas. La naturaleza, no copiada, sino doblegada por el arte. Es el mármol obedeciendo por medio del cincel a Miguel Ángel. Es el bronce en las manos de Cellini, cobrando la suavidad de la forma, bajo las electricidades de la pasión. La rima brotando en inagotables armonías del corazón de Byron. La belleza del ideal revelada por Milo. El enigma en las parábolas de Cristo. La consición eterna en Zoroastro. El verbo, pero el verbo generando mundos y soles en los infinitos de los cielos.

En aquella vez el estilo era la narración sencilla de uno de los acontecimientos más vulgares en la sociedad. Una face de una vida. —Algunas noches, a esa hora en que las campanas dan el melancólico toque de ánimas, plegaria en la que se hace un triste recuerdo a los que ya partieron, eco en el cual la onda de la vida, vuela por la onda aérea, transformando en sonidos una idea, llamamiento dulce al corazón de los seres que aún aman, se ve salir de una de las casas de la población y recorrer sus calles, a un hombre, a un ser extravagante, que nunca habla, que marcha siempre solo, con pasos lentos, que busca los lugares más solitarios, y que revela, en unos ojos ya casi sin mirada, algo semjante a la imbecilidad o al idiotismo.

Si le saludáis os contesta fríamente. Si le dirigís la palabra, manifiesta no comprenderos. Prosigue su camino con una indiferencia que insulta. Si le seguís observándole, lo veréis salir a los suburbios de la población y contemplar durante algunos minutos los horizontes. Existe algo en él sonámbulo. Su aspecto repugna, su traje es pobre, au andar vacilante. Su ropa oscura se ve raida, el calzado y el sombrero indican el abandono; el conjunto la miseria. El semblante está pálido, ajado, macilento, la barba desordenada y sucia, el pelo largo y los ojos vidriados y como muertos. Sus pupilas, como las del búho, carecen de brillo. La poca mirada que aún conserva, es lúgubre.

Además aún queda en él algo que inspira lástima, es joven.

Hay en la juventud no sé qué fuerza magnética que se os comunica sin conciencia del espíritu. La juventud por si sola es un canto. La vacilación puede ser producida por el exceso de fuerza. La primavera es la ebriedad de la naturaleza y la juventud es la florescencia del espíritu. La miseria no está en relación con la inteligencia. Existen palideces que se producen por la concentración del pensamiento. En cuanto a la mirada, cuando la ceniza se remueve se la suele encontrar fuego. El ópalo a la vista produce a veces llamas. Hay ojos que parecen yertos y que sin embargo, se encienden por los destellos de no sé qué reflejo interior. Las pasiones brillan en el firmamento del alma, como vívidos relámpagos. ¿Qué distingue las pupilas de un cadáver y las del iluminado? En el primer caso, no existe ya el fulgor de la vida y en el segundo, se ven casi cruzar por los ojos, las figuras y los pensamientos. Existen falsos brillos en el mirar como existen fuegos fátuos en los pantanos. No siempre lo elocuente de una mirada, puede provenir de la inteligencia. La ira, como el deseo, transfórmase en luz.

Cuando advierte que le siguen, su mirada adquiere una fijeza en la que se revela el extravío. Sus pupilas toman entonces algo de la fosforesencia de la raza felina y parecen copiar, no la mirada ardiente y altiva del león, sino la irritada y recelosa del gato. Así miran ciertos reptiles que viven en la sombra.

V

Ese hombre tiene algo de raro, de misterioso; de fatal. Huir del día, alejarse de la sociedad, evitar el trato de la gente, no contestar cuando se le interroga, condenarse al silencio, al aislamiento, a la soledad completa. ¿No les parece a ustedes que esto ya pasa de extravagancia?

Lo único que se sabe en el pueblo, de su vida, es que cultiva algunas plantas medicinales, que estudia la alquimia y que sabe preparar diversas drogas, para diferentes usos. Su pasado desaparece en el misterio. No recibe a nadie. Sus modales bruscos huyen de la confianza. Ciertos seres parecen haber usado su derecho a la vida. Lo rechazan todo, si viven, es como un fenómeno intuitivamente animal. Gastadas sus pasiones, el alma, crisálida divina, se mantiene en su cárcel de carne, por uno de esos maravillosos equilibrios que el menor acontecimiento suele romper.

Un ser así, no es útil a nadie, no produce ningún bien, no da su contigente a la vida social. Todo ser se debe a sus semejantes, y hasta sus ideas no deben pertenercele sino es debiendo pertenecer también a los demás. Cuando un miembro del cuerpo se enferma, se le cura o amputa. Cuando un ser odia a la sociedad, se le corrige, se le castiga, se le educa. Las cárceles se han hecho para los criminales, y los manicomios se sostienen para los dementes. Con objeto de abrigar a seres semejantes, se han creado los hospitales por el Estado. ¿Debemos en esos casos comenzar enseñando sus deberes a la autoridad?

—Pero, ¿cuál es la falta o el crimen que produce ese hombre?, interrumpió el juez. ¿Cultivar plantas? ¿Cuál es el oficio del horticultor? ¿Estudiar alquimia? ¿Qué hace la química? ¿Preparar drogas? ¿Qué otra cosa hace usted? ¿Es un delito amar a la naturaleza, estudiar sus misterios y utilizarlos en bien propio?

—A eso voy, replicó el boticario. He dicho solamente cómo se le encuentra y cómo se vive. He inquirido parte de su pasado, y con permiso de ustedes contintúo.

Cuando en el camino de la vida se tropieza con seres tan extraños, pregúntase uno involuntariamente: ¿Qué tempestades habrán agitado los mares de esa existencia? ¿Qué sacudimientos nerviosos habrán conmovido ese cerebro? ¡Cuántos dolores reprimidos, deseos sofocados y aspiraciones no satisfechas, se necesitarán para producir el más sencillo de los efectos en la expresión de una fisonomía! Una mirada en que se ve el delirio. ¡Cuántas veces creemos que expresa el deleite supremo, el goce íntimo, la voluptuosidad intensa, y nos engaña y nos engañamos a nosotros mismos, y aquella mirada en que parece escaparse el fluido del placer, no hace más que copiar uno de esos relámpagos engendrados por un sufrimiento inaudito en el alma!

Esa lágrima que a veces se forma en la pupila de un cadáver, esa lágrima que parece como la despedida y el adiós último a la existencia, esa lágrima que es el postrer tributo a este valle de miserias, podrá ser causada por la suma de todas las voluptuosidades, así como por el más intenso de los martirios, el arrancamiento al cuerpo del espíritu.

Hay veces en que basta una sola frase para revelar a un genio. Así también existen miradas en que basta un solo segundo para descubrir en ellas el dolor, la tortura, el sufrimiento llevado hasta el extremo que puede producir la demencia. Sorprender ese instante para copiarlo, robando a la naturaleza, es la gloria del artista. Penetrar sus misterios debe ser el esfuerzo del pensador.

Dibujar y pintar es fácil, pero copiar la vida en el paisaje y la expresión de una fisonomía, es lo difícil. El arte es el movimiento. El arte es la intención. Los grandes cuadros son los cuadros sencillos. Todos los poetas bíblicos no han hecho otra cosa más que copiar a la naturaleza. Jeremías es el sollozo de la humanidad, el grito en que se concentran los sufrimientos humanos, la queja arrancada al corazón por la agonía suprema. Ezequiel es la palabra hirviendo por la ira. David, la melodía incomparable, y Salomón la voluptuosidad única. Esos poetas los han formado el dolor. Su elocuencia tempestuosa repercute sus ecos a través de los siglos. El pueblo, ese niño titán que desbarata y destruye y crea todo con su aliento de fuego, les ha sacado de su seno, escogiéndoles entre los últimos de sus hijos, para darles su acento, para dotarles con su voz poderosa, con su palabra terrible y solemne y hablar por su boca, como habla el rayo en la voz salvaje del huracán.

La miseria, esa hidra social, exalta las pasiones y crea nuevas facultades en el hombre. El pueblo es un ser. Es una entidad como el océano. Las revoluciones son sus espumas. Cuando se agita y el bramar de sus pasiones se escucha, siempre encuentra un hombre en quién personificarse. Los grandes oradores toman el alma de las multitudes. Demóstenes y Dantón, entre otros, son la sublime personificación del pueblo. Ciertos hombres imprimen el sello de su genio sobre la frente de su siglo. Ciertas invenciones dan nombre a una centuria. No necesitamos acudir a las citas. Cuando no los hombres, los acontecimientos vienen a reemplazarlos. El siglo presente será el siglo de la revolución social.

VI

La imaginación es una fuerza. Cuando se imagina se piensa, y cuando se piensa se crea. La imaginación dibuja, detalla, precisa, colora, y al delinear, crea. Dejar de pensar es dejar de vivir. El exceso de imaginación trae el delirio, este produce el vértigo y el vértigo genera el éxtasis. Cuando se imagina mucho, se vive poco en la vida real. Llenar la vida con el pensamiento, es dilatar y hacer crecer las facultades del espíritu. El hombre ha nacido para pensar. Imaginar es dar forma a los pensamientos. La memoria ayuda a la imaginación y el espíritu se concentra sobre sí mismo, unas veces y otras se dilata; como resultado de esos actos, una serie de paisajes, de escenas y de sensaciones, se suceden sin interrupción poblando el cerebro de creaciones más o menos fantásticas y más o menos ricas, vigorosas y variadas en belleza deforme, en viveza de colorido y en pureza, correción y naturalidad. Imaginar no es recordar. Puede muy bien imaginarse lo que no ha existido. La mujer tiene generalmente la mayor fuerza de imaginación que el hombre. Vive más con la fuerza imaginativa, que es la vida de las sensaciones, de las pasiones y de los sueños. Sensaciones íntimas que no puede traducir, pasiones fogosas que no puede externar, y sueños, más voluptuosos, más arrebatados y más entusiastas que los nuestros.

Todas sus creaciones son más ricas en fantasía aun cuando sean menos vigorosas en el fondo. Sus impresiones son más superficiales y a la vez más variables. Tienen menos fuerza, pero mayor delicadeza. En cuanto a los fenómenos de duración en la vida imaginativa, es decir, al tiempo que puede durar la imagen, y por lo mismo la sensación que produce y las ideas que despierta, puede decirse que casi siempre, la imaginación es proporcional a la memoria, sin que la falta de esta sea un obstáculo para el desarrollo de aquella. La imaginación no solo da forma, sino que viene a ser lo que las tintas al dibujo.

Como el pintor corrige, la imaginación ilumina y la razón retoca. El artista copia a la naturaleza necesita modelos que le revelen su hermosura: la belleza inmortal, eterna, infinita, que cambia en la expresión de sus formas, que multiplica sus manifestaciones, que engrandece al cerebro por la contemplación y que siendo una, sola, única, es sin embargo variable, múltiple, inagotable y fecunda. El poeta concibe, inventa, crea. El poeta es el pintor pero por medio del palabra; por medio de la imaginación, por medio de la intelectualidad elevada a desconocida y vigorosísima potencia. La poesía es la ascensión del alma. La poesía es la dilatación del espíritu. Es el arranque noble como es el ímpetu sublime: y la imaginación es para el pensamiento, lo que la luz es para la creación. Un motor que tiene la fuerza de vivificar, transformar y fecundizar a las ideas.

Hay seres que viven por la imaginación, que se concentran, que meditan, que piensan mucho y que sin embargo, no manifiestan exteriormente el vigor de sus pensamientos, la vivacidad de sus imágenes a la fecunda riqueza de sus ideas. Viven con propia vida, abstraidos, ensimismados, contemplando la generación de las ideas, el desarrollo de las pasiones, la lucha producida entre estas y aquellas, meditando oscuros problemas, abriendo los horizontes de su espíritu ante los misteriosos e inagotables esplendores de la creación, desbordándose como las plantas en capullos, como las flores en aromas, como los celajes en rocío, como el firmamento en astros y como el universo en vida, en armonías y en luz. Reducen el pensamiento a acción. Trducen los sentimientos a ideas y las sensaciones a frases. Copian sin saberlo ellos misimos, las pasiones de los demás y su cerebro viene a ser, como el medio transmisor que expone y explaya nuevas teorías y nuevos y originales pensamientos, que ensanchan a cada instante los horizontes infinitos de las ideas. No hacen otra cosa los oradores. La elocuencia es producida por la inspiración. La inspiración es uno de los fenómenos psicológicos que están aún por explicarse. Se han vertido sobre ésta muchas teorías; y hasta hoy cada uno se conforma con la suya propia, pero la inspiración necesita de la palabra y la idea para manifestarse. El razonamiento persuasivo es una de las formas de la elocuencia. Igualmente, el lenguaje, el que llamamos pictórico, puede describir impresionando, en ese caso, por el lujo del colorido. La profundidad del pensamiento es también uno de los recursos de la oratoria. Entonces la belleza de las descripciones se sustituye, con la brevedad de la idea. El pensador se reconoce por la cantidad de pensamiento que puedan encerrar sus frases. El sensacionista es bien diferente del pensador. Existen seres que sienten mucho y no pueden expresarlo, como existen otros que nada sienten y pueden sin embargo transmitir sensaciones falsas engendrando con éstas, sensaciones verdaderas. Todo lo que se requiere es fuerza imaginativa. La imaginación puede pintar con los colores de la naturaleza y de lo verdadero. En una tantas ocasiones presentadas inesperada o casualmente por el destino, tuvimos uno de tantos diálogos, que fué la causa para que se avivase mi curiosidad hacia la existencia misteriosa de aquel ser extraño.

VII

Aceptando la invitación de uno de tantos conocidos que se tienen, nos transladamos a la casa que habitaba. Fuimos recibidos en una pieza que parecía un gabinete de estudio. Algunos libros, una mesa con papeles, frascos con líquidos, animales disecados, diferentes manojos de yerbas secas, conchas y diversos aparatos de metal, se veían allí confusamente esparcidos. Adivinábase el estudio pero el estudio desordenado. Existen seres que lo estudian o procuran estudiarlo todo, pero a los cuales les falta método. No se necesitaba más que una rápida ojeada para comprender por el polvo que cubría los objetos, el abandono causado tal vez por la meditación o por el hastío. Había entre aquellos objetos que nos rodeaban y aquel individuo, una de esas relaciones misteriosas que se comprenden y que no se explican. Cambiadas las fórmulas que la cortesía exige, entramos en una de esas conversaciones que a veces dificultase referir.

—¿Estudia usted? Le interrogué.

—Un poco, ¿Qué otra cosa puede hacerse en los pueblos?

—¿Y cuál es el género de estudio al que se consagra?

—La naturaleza.

—La naturaleza la estudiamos todos. Abarca tanto esa palabra.

—Es cierto. Lo abarca todo.

—Entonces tendrá usted algún ramo al que consagrarse, un estudio favorito, ¿alguna especialidad?

—No. Agrádame estudiar. Considero el estudio como un medio para ensanchar la esfera de acción del pensamiento; la clase de estudio, me es indiferente.

—¿La acción del pensamiento? ¿Consideraís acaso al pensamiento como una fuerza?

—Como la principal de todas las fuerzas. Las ideas no solo sirven para comunicarnos con los demás, sirven también como un motor aplicable para sus pasiones. Todo pasa, se modifica, cambia y se transforma en la vida. Solo el pensamiento es eterno.

—La escuela espiritualista sostiene lo propio.

—Yo no creo en el espíritu más que de una manera, relativa. Si la idea sobrevive al hombre, de esto nada se deduce.

—Pero y entonces ¿cómo pueden explicarse las relaciones entre el efecto y la causa?

—Están aún por estudiar, por comprender, por analizar y aún por definir. Esa relatividad es el primer obstáculo con el que se tropieza.

—El punto sobre que dialogamos es la existencia del alma.

—No. Son discusiones que no acepto. Discutimos, si es una acción pensar.

—Toda acción origina esfuerzo y la fuerza debe ser visible y palpable, para comprenderse y explicarse.

—Acción y fuerza son en este caso sinónimos. La fuerza es un modo de movimiento o su expresión. Todo cerebro que piensa, acciona. ¿Quereis fuerzas visibles y palpables? ¿Qué otra cosa son todas las obras de arte? ¿Qué otra cosa son todas las maravillas de la ciencia? ¿Una fuerza visible es una idea reducida o transformada en hecho? ¿La piedra plegándose ante la voluntad, para copiar la forma divinizada por la belleza, no es el esfuerzo de un cerebro y no representan un pensamiento? ¿Una fuerza palpable no es una máquina de vapor o cualquiera otra, conservándonos la expresión de una inteligencia y representándonos también la manifestación vigorosa de una idea? Podríamos enumerar infinidad de ejemplos. Podríamos acudir a la historia y veríamos el progreso humano, en todas sus manifestaciones, originándose y produciéndose por la fuerza irresistible y maravillosa de los pensamientos o de las ideas. Existen también las fuerzas invisibles e impalpables. Las fuerzas intelectuales pudieran ser derivadas de la gravitación. Las fuerzas morales reconocen el mismo origen. Problemas son éstos que conducen a los abismos de la abstracción. La creación del alfabeto es como la creación del número. El libro y el cálculo, ¿quereis acaso encontrar manifestaciones más claras, más poderosas y que afirmen con energía, que el pensar es una acción?

—El libro es en efecto una de las manifestaciones que puede tener la acción de pensar. Demuéstrase con sencillez que la inteligencia es una fuerza misteriosa que se hace palpable y asequible en esa forma. Puede con él transmitirse lo que llamais fuerzas morales.

—Fuerzas morales son las resultantes de la conciencia. Fuerza moral, es el sentimiento que no discute y que a pesar vuestro, se os impone, os esclaviza, os sujeta y puede llegar al subyugamiento absoluto de la inteligencia. En la lucha perpetua de la vida, necesita uno comenzar por imponerse a sí mismo. El que no es dueño de su pasiones, es esclavo de ellas. La razon sirve para iluminar las tinieblas de nuestra inteligencia y debe ser la soberana, pero la soberana también absoluta del pensamiento.

—Según esa teoría, las pasiones son las generadoras de las ideas.

—Eso en mi concepto no se discute. La pasión es la fuerza motriz del ser pensante. Un ser sin pasiones es un ser muerto. Suprimid los deseos y suprimis los ímpetus. Suprimid las discusiones que se producen en nuestro interior por los razonamientos y se suprime la inteligencia; en este caso, obtendreis al cretino que nada quiere; dominado por la pasión al demente. En los dos, es el resultado: en uno, de la supresión de las pasiones y en otro de la exaltación de las mismas. En ambos ejemplos, la razón ha perdido su imperio. La razón debe estar antes de todo. La facultad de crear existe por la facultad de discernir. Dios se impone al espíritu humano, por el convencimiento producido por la razón.

La naturaleza es el gran modelo. La naturaleza es como la ciencia, inagotable. El menor accidente en la naturaleza, puede ser asunto para un cuadro; el más leve acontecimiento en la ciencia, puede ser de trascendentales consecuencias. El genio penetra tanto en los misterios de la una como en las profundidades luminosas de la otra. Eva, deslumbradora en los detalles de su hermosura, la naturaleza supera a la ciencia ante los ojos del soñador. La naturaleza es siempre simple y siempre espléndida, y como la ciencia, sus senos son infinitos. Igualmente maravillosos son los fenómenos de la circulación de la savia en el tallo más fino, más sutil, más delicado, que los fenómenos que produce la la vitalidad en el cabello, en el sistema celular o en la circulación venosa. El movimiento perpetuo existe. La onda de la vida agita por la aérea o por la luminosa a todos los seres de la creación. El árbol se estremece como el hombre piensa. La planta forma hojas como el cerebro ideas. Las aves fabrican nidos como los hombres ciudades. El hormiguero y la colmena son modelos de sociedades. El trabajo es la ley inmanente. El trabajo es la multiplicación y la multiplicidad de las fuerzas. El trabajo existe como ley ineludible impuesta por la misma necesidad de la vida. La tierra, obligada por el calor y por la lluvia, hace la germinación. Las moléculas salinas ascienden en las corrientes de savia para producir misteriosas y constantes transformaciones. ¡Quién sabe si en el interior de las montañas, vapores metálicos enriquecerán diariamente los criaderos minerales. Si admira la clasificación de una planta, admira más la forma cristalográfica, también obligada. El que encontró a la silice, no imaginaba el espectroscopio. El polvo de oro brilla en los arroyos auríferos como las corrientes de nebulosas en los espacios. Tanto el oro virgen como el astro luminoso, no son o serán en esencia, más que constantes transformaciones de la materia cósmica. No existen cuerpos simples o existe uno solo, el cosmos. En cristalografía no se conocen más que seis formas típicas para los cristales. Esta es la ley de los volúmenes, la ley a la que están sujetos todos los cuerpos. El azufre con la planta forma siempre cristalizaciones cúbicas. Los átomos y las montañas están formados de idéntica manera. Todo es cuestión de dimensiones. Si pudiera observarse la tierra con la claridad que se observa un líquido a través del cristal, se vería mover como los oleajes del océano y también como cualquier clase de fermentación. En el cerebro debe verificarse igual fenómeno. Las circunvoluciones se forman por el constante movimiento de las celdillas del cerebro. Agrúpanse moléculas y la masa encefálica se deprime o se levanta en su superficie, según el esfuerzo y la constancia del trabajo mental. La emisión de las ideas es como la poda para los vegetales. Un medio de educarlos, de multiplicar su florescencia o de hacerlos fructificar. El pensamiento es susceptible de cultivo. El estudio obliga a la meditación. ¿Qué combinaciones misteriosas presiden a la formación, al desarrollo y al desenvolvimiento de las ideas? ¿Cómo se producen éstas? ¿Pueden agentes físicos cooperar al crecimiento de la intelectualidad de un ser? ¿Lo que se llama originalidad puede producirse por medios artificiales? ¿Depende del grado de instrucción el grado de talento? ¿El ejercicio constante influye en la generación de nuevas ideas? ¿Se fecunda estas a sí mismas? ¿La adquisición de otras será motivo para que se fomenten las que se poseen? ¿La concentración es acaso una de las causas que motivan las creaciones? ¿Existe el trabajo mental independientemente de la voluntad? ¿Manda esta de un modo absoluto en el espíritu? ¿Pensamos porque estamos obligados a pensar o porque queremos hacerlo? ¿Los obstáculos que son el más poderoso de los incentivos para las pasiones en la vida física, causan igual efecto en la vida intelectual? ¿Somos entonces los esclavos de nuestros defectos, caprichos y sentidos? ¿La vida se multiplica por las sensaciones? ¿El alma reina sobre la materia o ésta domina al alma? ¿Con cuáles órganos se producen los fenómenos de la videncia en el estado sonambúlico? ¿Qué sentidos usa el alma en el estado cataleptico? La electricidad empleáse como uno de los agentes contra la parálisis física y ¿cuál podría emplearse contra la parálisis intelectual o el idiotismo? ¿Puede obligarse a pensar al cretino? ¿Estos problemas no son acaso problemas sociales y morales? El pensador interroga y la conciencia calla. Ábranse con ellos vastos horizontes a la discusión humana y nuevos mundos al sentimiento. ¿En otros términos, no es esto también nueva demostración de que es una acción pensar?

Ciertos problemas así como los anteriores, propuestos de un modo tan breve, apenas enunciados y sin comprender, por así decirlo, la forma en que a la discusión se presentan, abruman, sin embargo de su sencillez a la razón, la cual acude a la ciencia para que los resuelva. También en ocasiones la ciencia enmudece. Para hacer comprensibles ciertos pensamientos, se ayuda a la inteligencias que quieran admitirlos, con ejemplos más vulgares y que se alejen de la abstracción. Las ideas deben hacerse palbables. El libro es un pensamiento materializándose. Mill representa una forma de la razón. Laplace un cálculo. Lutero una duda. Aristofánes una ironía. Homero un ensueño. Budha una creencia. Todos esos hombres han sido ideas. Hay seres que no dejan otros legados. Viven para crear. Sus nombres son como verdaderas etapas. En otros términos el palimpsesto representa una época como el Elzervirius otra. Las épocas artísticas y científicas, son escalones para la humanidad. Es más fácil observar el progreso en sentido retrospectivo que preveerlo. Piérdense las épocas históricas en la oscuridad de los tiempos primitivos. Las ciencias han investigado y reconstruido. Hoy tenemos en una obra, la historia del progreso, como en un frasco, el espíritu líquido o etéreo o gaseoso en el que hemos transformado a la materia. Podemos descomponer el aire, fabricar el agua, volatilizar el mineral, transformar las sales combinar los gases, pero no podemos crear. Crear aún cuando sea una piedra, una planta, un animal. Descubrir el principio vital. Sorprender las fuentes en las cuales brota la existencia. Arrebatar al seno del misterio, el origen de la vida. Esto, aún cuando parezca absurdo debe estudiarse. Debe estudiarse todo. Existen cerebros conformados para abarcar la generalidad y diversificación de las ideas, como existen otros para especializarlas. Todo es cuestión de método y el método en el estudio, es como si dijéramos, la reglamentación forzosa y obligada del pensamiento. Pensar en sí, nada significa, porque todos pensamos; pero pensar con ciencia o con arte, eso es grande. Digno de un pensador, es por ejemplo que se preocupe de cómo se puede formar el pensamiento, cómo puede crearse un talento, cómo puede uno transformarse en potentado verdadero de la inteligencia.

La memoria no es más que el medio por el cual se pueden fijar las ideas de otros en nuestro cerebro. El estudio no es otra cosa más que la adquisibilidad de pensamientos ajenos y extraños a los nuestros. ¿Pero cómo se generan aquellas y cómo se producen éstos? El libro sirve para obligar a pensar con nosotros mismos. El libro se forma en la concepción en un segundo y después palabra a palabra y frase a frase. El alma en su manifestación más sublime, va transpasándose al papel y consignando a este, lo más sútil, lo más etéreo, lo más delicado de nuestras impresiones transformadas en ideas. ¿Comunícanse éstas por la vivacidad y la expresión de las frases? ¿Engendran las ideas, muertas para el cerebro que las emite, ideas vivas que se multiplican, fructifican y reproducen en los demás? ¿Obedece el pensamiento a esa ley física a la cual obedecen el calor, el sonido, la luz, la electricidad y el magnetismo? ¿La dilatación, la transmisión, la radiación, la comunicación instantánea y la atracción invisible, son propiedades inherentes a la facultad de pensar? ¿Pienso y en el mismo segundo de tiempo, se amplifica el cerebro en sí mismo, se produce la ondulación o la vibración en las ideas, se propagan por esas leyes y se comunican en las fuerzas eléctricas, por un fenómeno semejante a la emisión de esos fluidos magnéticos que hoy la ciencia, en el mismo seno de las academias científicas, no ha podido negar? La hoja volante, el folleto y el libro, son los medios físicos para transmitir la acción inteligente, la fuerza meditativa, el hecho de pensar; pero la acción en sí misma, la acción en su esencia, esto es, ¿la voluntad puede transmitirse por un esfuerzo de la propia voluntad? El tiempo, esa medida de relación y la distancia, esa otra relación aplicable a las extensiones, han desaparecido ante la fuerza de la inteligencia. ¿Por qué entonces no hemos de suborninarlo todo a la fuerza de las fuerzas, a la reina absoluta de todas ellas, a la dominadora imperiosa hasta de la razón, a esa diosa creadora de los genios, maravilla de las propias ideas, a la cual, llamamos voluntad? La ciencia no es más que la voluntad persistente del género humano.

VIII

En este punto de la conversación mis comensales se retiraron como todas las noches, quedando emplazados para la siguiente con el nobilísimo fin de proseguir nuestros duelos a la malilla y la maravillosa historia, como diría Cervantes, de aquel ente estrafalario. Picábase y no poco mi curiosidad, no comprendiendo por sus conceptos, el desenlace que pudiera tener aquella su ya dicha verídica historia.

A todo se acostumbra uno y por mi parte, sentíame satisfecho admirando el ingenio candor del farmacéutico que encontraba originales, conceptos que, creía yo estaba cansado de leer y releer en los libros de mi pequeña biblioteca. Es cierto que había en ellos algunos pensamientos raros e ideas que a primera oída llamaban la atención, pero en todo lo dicho, no encontraba, a pesar de ello, nada que volviese notable al individuo en cuestión. En la noche siguiente y a la hora de costumbre, comenzaron los bélicos bostezos del cura, las meditaciones del juez, el farmacéutico orador quedó dueño del campo.

—Estábamos según recuerdo en las explicaciones o aplicaciones de la voluntad, ¿no es cierto? Le dije reanudando la conversación.

—Exactamente. Enseguida la plática recayó sobre trivialidades, frases y fórmulas de cortesía, y esos otros asuntos, con los cuales termina así como comienza toda la conversación. Una media hora después, nos retiramos ofreciendo volver.

Pasados algunos días repitióse la visita y naturalmente los diálogos. El juicio, que mi introductor para con él, formulaba, era semejante al mío. Producía ese leve interés que despierta todo el que se consagra a un estudio y a un estudio constante. Los rumores y las hablillas que en el pueblo con respecto a su personalidad, circulaban, no tenían hasta aquel momento una razón fundada de ser.

Despertóse en mí para con él extraña simpatía. Estrechamos nuestras relaciones, nos intimamos lentamente y días después, visitábale con frecuencia. En algunas de aquellas pláticas, tocaba unas veces un solo punto de la ciencia o como él decía, de las aplicaciones de esta a la naturaleza. Otras, generalizando más las ideas, aplicaba sus conocimientos a sintetizar largos períodos. Tanto en uno como en otro caso, no había vuelto a tocar aquel punto, explayando sus teorías sobre la aplicación de la voluntad. Llegó el caso en que por mi parte, tuve que hacer recayese sobre ese asunto la conversación, manifestándole que sus ideas, después de meditadas no me eran admisibles.

—Toda idea emitida tiene generalmente por objeto, buscar una que la mejore o el promover sobre ella la discusión. Habeis meditado, es decir, habeis reflexionado, comparado y analizado, esos pensamientos, pero no habeis observado y no sabeis la fuente de la cual provienen. Treinta años que llevo de estudio, no significan lo que un hecho. No os voy a presentar reminicencias de las novelas de ciertos autores, en las que el magnetismo hace un papel tan lastimoso. No voy a hacer disertaciones sobre Mesmer, Puysegur, Deleuze y otros sabios, que han estudiado las ciencias magnéticas. No os voy a presentar diccionarios para consultas u obras en compendio, que tratan brevemente de ese asunto. No necesitamos acudir a ellos ni a nadie. Presentemos someramente la teoría y después el hecho.

El magnetismo existe desde la más remota antigüedad. Supónese que fué en la India, fuente de la antigua civilización, el punto en el que primero se estudió y practicóse. Los sacerdotes de entonces, conservaron en el más profundo misterio, sus conocimientos en ese género. Reseñando, para no cansar vuestra atención, lo más brevemente posible: los inspirados en la India, las sibilas en Grecia y los profetas en la India, no han sido otra cosa más que los resultados producidos por el magnetismo. Los convulsionarios, los poseídos y los inspirados, han existido en todas las épocas. No acudamos a citas. La historia está llena de ejemplos, pero no tratamos de demostrar una falsa erudición o de adornar el lenguaje con nombres de sabios o de autores que no vienen al caso. Todo el origen de la literatura Indiana esta en la inspiración. No fué otro el secreto de Moisés. Después de los profetas, Jesús fue un inspirado divino, que los historiadores suponen existió como aquellos muchos antes de la época citada. En la edad media y en la moderna, podríamos evocar y presentar, serie no interrumpida de casos, que demuestren la teoría emitida sobre el magnetismo. La historia en este punto está de acuerdo con la ciencia. El magnetismo como fenómeno psicológico y no como parte de las ciencias físicas, ha dado lugar a las ciencias magnéticas. La escuela espiritualista y la materialista, se hallan, en estos momentos frente por frente, en este género de discusión. Yo soy de aquellos que no creyendo en nada, me encuentro a veces con fenómenos que por más que estén en el dominio de la naturaleza, no hallan, sin embargo, explicación satisfactoria posible. Repito que omitimos y seguiremos omitiendo las citas. Leibniz no citaba más que con su propio pensamiento.

—Conozco tanto la teoría como vos, le repliqué. Poco más o menos, recuerdo haber estudiado los autores que citais y haber leído en otras obras y en diversos periódicos científicos, las últimas aplicaciones del magnetismo. ¿Cuál es la teoría que sosteneis?

—Ninguna. Voy a presentaros sencillamente un hecho.

—¿Un hecho en las ciencias magnéticas?

—Exactamente. Un estudio sobre el sonambulismo.

—¿Sobre el sonambulismo natural, espontáneo, estático?

—Sobre el sonambulismo producido por medio de la aplicación de la fuerza de la voluntad.

—Esa es la teoría sostenida por todos los magnetizadores, agregué sosteniendo la réplica. Creen que por lo que ellos han llamado la proyección de la fuerza de voluntad, puede obligarse a una persona a dormir; y además, en medio de su sueño, a obtener o producir los fenónemnos que llaman de la doble vista.

—Esa es otras cuestión. Los fenómenos de visualidad, audición y otros, que se verifican durante el sueño magnético, están estudiándose y aún falta mucho en ellos por estudiar. Yo estudio, como os he dicho antes, no el magnetismo animal, no efectos producidos entre otros, por ejemplo, en o por los imanes; estudio sus efectos en la voluntad y en la transmisión del pensamiento a través de la distancia, por medio de ésta o como único agente.

—Ya son fenómenos conocidos.

—Pero no explicados, repuso.

—Son inexplicables.

—Nada es o debe ser inexplicable para la ciencia. Todo debe de ser por ella lógico y sencillo, y facilmente explicado. La ciencia rechaza a los embaucadores. No se trata de presentar actos de prestidigitación, sino hechos, oscuros en la apariencia, pero de fácil demostración en sus principios y aplicaciones.

—¿Principios y aplicaciones en la medicina?

—No. Ese no es mi género. Principios generales. Aplicaciones a la naturaleza y al estudio. Los puntos oscuros en la ciencia deben estudiarse para aclararlos. El arcano de hoy es el horizonte luminoso de la mañana. Toda ecuación tiene una incógnita por encontrar. Todo enigma debe resolverse. La ciencia en todas sus manifestaciones es eminentemente sencilla. Los hechos son simples y elocuentes. ¿Qué otra cosa es la ciencia más que una sucesión de hechos arrancados a la naturaleza por el estudio?

—Esas son generalidades. Sinteticemos la cuestión.

—Generalizar es vulgarizar.

—Convenido. Pero es sintésis, ¿cuál es el hecho?

—El sueño magnético producido por la acción de la voluntad. El estado sonambúlico y algunos de sus resultados.

—¿Teneis un caso?

—Un ejemplo que os voy a presentar. Es inútil recomendaros la reserva. Cuando se trata de problemas e intereses científicos no están de más las precauciones. Una vez resueltos los problemas que se proponen, la cuestión varía y el deber es entonces vulgarizar.

Nada había en aquella pieza que pudiese afectar la imaginación. Era como ya se ha dicho, un estudio pobre, muebles sencillos, útiles, plantas y libros en desorden. El desorden tiene también su parte artística. Cada uno de los objetos allí existentes revelaba una tendencia, una inclinación, un ramo de estudio para aquel espíritu. Determinados ejemplares suponen conocimientos en determinadas ciencias naturales.

Las contemplaciones de ciertos misterios producen profundas concentraciones para el alma. El mundo del estudio es un mundo al que no todos pueden penetrar. Necesítase el aislamiento, el trabajo, el desprecio de la mayor parte de los goces de la vida y reemplazar todo eso por la sed insaciable e inextinguible de inquirir y saber. Esto para algunos es nada, mientras que para otros es todo. En el caso en que nos hallábamos parecía como que la abstracción reinaba soberanamente en aquel sitio y sobre aquel ser. La hora tampoco podía afectar en manera alguna el cerebro ni favorecer sus exaltaciones. Las ideas parecen tener cierta relación con el tiempo. Era una hermosa tarde de junio y los rayos del sol poniente penetraban dentro de la pieza bañando los objetos con raudales de luz. La tristeza del sitio desvanecíase ante el lujo de la claridad crepuscular. La brisa seca y ardiente traía en sus ondas los ecos de los rumores lejanos. La campana de una iglesia rompía el aire con sus vibraciones sonoras. El gorjeo de los pájaros entre las ramas mezclaba a ese murmullo indefinible que tiene la vida al declinar la tarde.

Hay en esa calma, en ese recogimiento de las últimas horas del día, algo que invita al estudio y a la meditación. Por nuestros diálogos anteriores y por el que aunque breve, acabábamos de tener, habíase excitado mi curiosidad. ¿Qué problema científico referente a magnetismo o sonambulismo podría presentarme que yo no conociese? Estaba cansado de ver y estudiar prácticamente diversas teorías sobre ese asunto, y en todas ellas no encontraba nada nuevo u original. Las opiniones por él emitidas, en frases cortas y en concisa forma, no me habían preocupado en manera alguna. Las ideas preséntaronse para su discusión. Pero esta vez no se trataba solo de discutir sobre la novedad de tales o cuales teorías, sino sobre la existencia irrecusable de un hecho. Así es que comencé a experimentar esa sensación que nos invade casi siempre cuando nos encontramos enfrente de algo misterioso que tratamos de investigar.

Mi interlocutor se puso en pié, haciendo esfuerzos para concentrarse. Leves arrugas arrugaron su frente. Sus ojos se fijaron en una de las paredes del estudio que ocupábamos, y su mirada, rayo inmóvil y elocuente de un pensamiento soberano, expresó la luz soberbia de irresistible voluntad. Trascurrieron algunos segundos y en la habitación inmediata dejáronse oír unos pasos ligeros. Abriose la puerta vidriera de comunicación entre ambas y apareció en ella una mujer. Una de esas mujeres que por su belleza ejercen la fascinación en nuestros sentidos y en nuestro ser y que una vez vistas se fijan con indeleble fuego en nuestro cerebro y no vuelven a olvidarse jamás.

Los rayos del sol poniente caían sobre a aquellos cristales irisándolos. Jugaba la luz convirtiéndose en imperceptibles átomos que brillaban multiplicándola y en medio de aquel alud dorado, despedido de la tarde, apareció no como la musa de la fantasía, sino como una de esas fascinaciones ejercidas por la inspiración que siempre despierta la belleza. A veces, toda la vida de un cuadro enciérrase en una sola figura. No se necesitan esos contrastes bruscos de sombra y de luz, tan comunes en la escuela flamenca. Es motivo para un pintor de gustos delicados, la silueta aislada de un árbol cualquiera destacándose sobre el manto gris de una montaña, unido a la aparición de la primera estrella entre los pálidos fulgores crepusculares. La sencillez es una forma irresistible de la belleza. La aparición de aquella joven en medio del polvo de oro, formado por la vibración solar, era bien simple, bien sencilla, bien natural, nada presentaba de extraordinario y sin embargo, imponíase con solo su presencia, como se impone siempre el arte, al que es o ha sido admirador eterno de la hermosura. Por incomprensible fenómeno de óptica y por su causa verificábase algo semejante a una inversión lumínica. En este momento la claridad parecía provenir de aquella mujer.

El poro imperceptible del cutis por su frescura, juventud y vida, parecía brotar algo semejante a una esencia luminosa. La luz emanaba de ella en vez de ser absorbida. Resplandecía pero de un modo suave, dulce, apacible, poético. Si el ensueño en acalorada fantasía toma una forma, debe asumir la que presentaba su blancura desvaneciéndose entre el fulgor de una aureola.

Era como la aparición radiante de un astro en medio de la claridad del día, que tuviese por sí mismo, fuerza bastante para volverse visible haciendo palidecer y opacar el brillo intenso de la luz solar. Para el tipo, para el modelo artístico, que el ideal dibuja en nuestra mente, la mujer suele a veces tomar contornos que por su flexibilidad y riqueza de líneas son indescribibles.

La naturaleza preséntanos a menudo accidentes artísticos que no están en ella, sino en la facultad estética del observador. La inspiración cobra múltiples formas. Hemos copiado el sonido dando vida a las armonías y mañana dibujaremos el ritmo dando movimientos al paisaje. Alguna vez podremos combinando esas acciones, dar fuerza, alma y sensaciones a la materia. Miguel Ángel, ante su Moisés, es el pensamiento y la voluntad humana ante el progreso. Faltan en nuestro lenguaje palabras e ideas para expresar el más pequeño, el más leve, el más insignificante detalle de la naturaleza. Y el arte, el arte dramático sobre todo, tiene mayor vida por un solo detalle, por un solo acto, de igual modo que el colorido puede modificarse y modificarse en esencia por un solo toque, por una sola pincelada. En aquella sencilla aparición había un solo efecto que no era causado por premeditada sorpresa; causábalo la combinación maravillosa de la luz, descomponiéndose en vivos resplandecimientos sobre la belleza.

—¿Me hablabas? interrogó sin saludarme.

—Sí. Te necesito algunos minutos. Siéntate.

Y su mirada indicó uno de los asientos que había en la pieza, el que fue ocupado por la joven con cierto aire de languidez. Sus ojos abiertos, no se fijaron aparentemente en nada, parecían no mirar y sin embargo, nadaban en ese fluido vivificante de la vida, la simpatía y la expresión. Las pupilas estaban dilatadas, húmedas y brillantes. Los párpados agitados por imperceptible temblor nervioso. El sueño magnético y el estado sonambúlico se revelaban en ella por ningún síntoma.

IX

Era alta, esbelta, airosa, con la gallardía desenvolviéndose en formas admirables por su morbidez: el tipo acentuado, provocativo, voluptuoso, la curva de los senos indicando el vigor de la virginidad y sobre el busto escultural un cuello en que se veía la inyección de las venas con la sangre y la fuerza de su vida. El rostro oval, el color moreno-pálida, semidorada, las cejas arqueadas, los ojos grandes, negros, con la figura de la almendra y las pupilas dilatadas, radiantes y magníficas, las orejas pequeñas, semicubiertas por ondas de cabellos negrísimos y rizados que imitaban esa finura de la seda que tiene el gusanillo, la frente tallada y como burilada por el trabajo de las ideas, pensativa y a la vez pensadora y cubierta también por ondas que formaba lo delgado del cabello; la boca roja, húmeda, fresca, incitante, levemente entreabierta, hecha por el arte inagotable de la naturaleza para recibir besos, labios creados para las caricias que cubrían con el granate que copiaban, una alba luminosa, naciente en el esmalte abrillantado de una dentadura apenas visible por su pequeñez; la nariz recta, fina, transparente, con las ventanas dilatadas como si se moviesen al impulso de fatigoso anhelo y este como entrecortado por el ansia de una pasión. La juventud radiaba y se desprendía de aquel cutis finísimo, bajo del cual se veía circular la sangre encendiéndola de color y generando el incopiable brillo de la vida.

¿Habeis admirado alguna vez esos tipos dibujados por la exaltada fiebre, del genio en Leonardo da Vinci, por la delicadeza de la inspiración en el Correggio, por la tintas inimitables del Giotto en sus angélicas cabezas y por aquella maestría y corrección empleadas por el inmortal Rafael, para copiar con el deseo siempre candente de su espíritu, a la virgen de la Silla? Si os habéis deleitado contemplando algunas de esas obras maestras, creadas por la exaltación que la belleza de la mujer ha despertado en ciertos cerebros, hubiérais admirado aquel rostro virginal y adorable en que parecía haberse copiado a la Fornarina, esa encarnación de la hermosura ideal de un genio, con un tono más fino, mayor delicadeza de perfiles y ese colorido inimitable que tiene la carne en este clima ardiente en que la primavera es eterna y en el que las mujeres poseen al ritmo en sus movimientos, a la música en sus palabras, a la voluptuosidad en su mirar, a las gracias en sus actos y a la poesía entusiasta, fogosa y apasionada en sus melancólicas ideas y en su arrolladora inspiración.

Era la Fornarina pero criolla. Un tipo casi indígena, casto, vigoroso, ardiente. La palidez conmovida parecía provenir del ensueño. El color del deseo. El brillo del cutis de las caricias de nuestro sol tropical. Veíanse las ideas arder en aquellas pupilas, ensombrecidas por largas, rizadas y sedosas pestañas. Adivinábase el exceso de la vida producido por el exceso de la pasión, pasión presentida y deseada, amor soñando los besos, virginidad enérgica que anhelaba el placer no comprendido aún. Era un capricho del arte creado por la juventud. Armonía suprema de la belleza en el conjunto. Idealización sublime de la forma, que provoca y atrae y fascina, despertando el deleite y aniquilando al espíritu. Sueño engendrado por el deseo no satisefecho que provoca esa ansia sin nombre, en la cual el corazón se asfixia sin nombre, en la cual el corazón se asfixia por lo precipitado de sus latidos y en la que el pensamiento, parece como que se exalta hasta el delirio en fuerza del vigor invertido en el llamamiento ineludible de los sentidos. Era la belleza criolla americana, con la valentía de las curvas vírgenes, con sus líneas esfuminadas entre la luz dorada de nuestras diáfanas mañanas, con esa melancolía dulce y poética de nuestras tardes esmaltadas por la riqueza de sus iris, con la apacibilidad y rumorosos sueños de nuestras noches, opulentas en innumerables celajes de estrellas. La virgen en todo su esplendor. El deseo cobrando forma de delirio. La joven con las pupilas llameantes, expresando ese himno de la vida, al que se llama juventud, en esa forma de la caricia suprema, a que se llama el beso. La estrofa balbucida pero de una manera indistinta, vaga, melodiosa por esa onda de la vida a la que llamamos mujer y la cual no es más que el eterno ritmo, la enloquecedora expresión de la forma y la elocuente imagen de nuestras más intensas aspiraciones. El alma evaporándose en creación y el pensamiento reducido a vida. Eva pero indiana, tal era aquella vigorosa encarnación de amor.

Pero su belleza era débil, si no la hubiese completado una mirada como antes he dicho, lánguida, vaporosa, húmeda, que hacía aparecer el brillo de las pupilas como azuladas. Veíanse en aquellos discos negros todos los esplendores de los cielos. Vivo fulgor parecía iluminar sus desconocidas oscuridades. Los misterios de las constelaciones, brillaban en aquel negro profundo y aterciopelado, que por momentos parecía cambiarse en intenso color azul turquí.

La mirada habla. Esto no es una figura de retórica, no es un modo en el decir, no es un forzamiento en la dicción. La mirada habla y todos los pensamientos como todas las pasiones, pueden expresarse con los ojos. Aquellas pupilas hablaban y hablaban con irresistible elocuencia.

Los ojos de aquella mujer traducían el espíritu, es decir, sus pasiones.

Veíase el alma soñadora, candorosa, apasionada, alma de niña en las pupilas virginales de la mujer, velábanse de pronto como con vaporosa nube causada por el deleite y adormiánse, como si el sueño hiciera bajar sus sedosos y transparentes párpados. Las lágrimas hubieran engendrado en aquellos ojos soberbios, una mirada creadora. En ciertos momentos, la mujer tiene por instantes tan solo, la mirada candente y extraviada del genio. Le basta para ello…… querer.

Era la mirada de una loca, magnífica, volcánica, radiante, loca pero de inspiración, loca de genio.

Adivinábase una tempestad de pasiones en el interior de aquel espíritu, océano tormentoso que se agitaba convulsivamente, por el soplo del deseo. Brillaba en sus ojos el talento, creando serie no interrumpida de imágenes, que se cruzaban con vertiginosa rapidez. Una llama divina parecía iluminarla y esta no era producida por el fuego de la voluntad sino por el brillo deslumbrador, que como en los astros despierta la aspiración ideal. Era la mirada suprema de una alma en agonía, de una alma que lucha por desprenderse de este mundo de barro, de un alma que se levanta y que anhela las alas, para fundirse en misterioso e indefinible beso, con ese océano de tiempo al que llamamos eternidad.

No era la belleza únicamente sensual, rica en formas y provocadora de sensaciones; era la belleza sujeta a todas las reglas de la estética, correcta, armoniosa, idealizada en sí misma, haciendo ondular la delicadeza de sus perfiles en líenas luminosas y con los contornos vagos por suavidad. La cabeza levantábase erguida sobre el busto escultórico y la frente, frente de reina, parecía como destellante por el reflejo interior de la inteligencia. Si hay ojos que hablan, existen frentes que se ven pensar.

Cubríala uno de esos vestidos vaporosos, formados con esa muselina que parece tomar la transparencia y el color de ciertos celajes, aplicada por el capricho de las imaginaciones femeniles, para exaltar los sentimientos poéticos que saben producir. La aurora esfuminabáse entre nubes. El tono encendido de la carne déjase sospechar y se descubre velándose pudorosamente. La vida parece comunicarse y animar al lienzo. La dureza de la forma se pierde desvaneciéndose entre rosadas transparencias. Ciertas hermosuras poseen algo como ese tinte pálido de alba que se anuncia con vagos resplandecimientos. La correción exáltase en el ensueño.

Los perfiles pueden ser finos y sin embargo encerrar en sus líneas la más exhuberante morbidez. El arte en esos casos se halla tanto en la delicadeza como en la energía. El vigor del semblante está en la expresión. Su movilidad genera la gracia. Fluido invisible espiritualizaba aquel conjunto. Cleopatra es la hermosura brusca. Frinea, la belleza espléndida. Ambas deslumbran y se imponen por la belleza de la forma, pero en ninguna de las dos se encuentra el atractivo del misterio y de la poesía. Esas concepciones carecen de aquellas delicadeza, de aquella espiritualidad que tienen las melancólicas creaciones del norte. En la mujer del mediodía, la gracia completa, el conjunto. El arte griego cuna del arte itálico, da el tipo, tipo acentuado, tipo en el cual se concentra el tono vigoroso de la belleza meridional. En casi todas las razas del norte la belleza se identifica con la idealidad. En aquella mujer mezclábanse o parecían mezclarse la escencia de ambas. Era un trasunto del ideal, delineándose débilmente entre pálidas neblinas y coloreándose con un toque violento, brillante y enérgico; mujer entrevista como algunas creaciones de la mente soñando entre movibles celeajes e iluminada repentinamente como aquella lo estuvo, con un rápido rayo de sol.

Admirábase la encarnación de un alma, pero su encarnación real, palpable, visible.

Puede describirse la belleza más o menos perfecta, pero lo que es incopiable es su expresión. Esta es la lucha eterna contra el arte. El escultor copia o crea la corrección de la forma, el pintor la maestría de las líneas y el colorido, el poeta las ideas, los sueños, las pasiones; pero ninguno de los tres puede arrebatar el misterio de la vida para trasladarlo a la madera, al mármol, al bronce, al lienzo, al libro. Se modela, se dibuja y se describe, pero la expresión, destello revelador del alma, escapa a los esfuerzos del artista que lucha en vano por comunicar la idea a la materia, esto es, por divinizarla.

En ella luchaba la simpatía y la gracia con la belleza. Era expresiva en todo. Rodeábala, emanaba y desprendíase de ella, invisible atmósfera de atracción.

Analizada era bella en sus detalles, y en su conjunto hermosa. No sabía uno qué admirar más: la finura aristocrática de sus manos, la correción del dibujo de sus brazos, la elegancia del talle, del busto, del cuello, la pureza de las facciones, la inteligencia de aquella frente o la radiación de aquellos ojos soberanos. Hablaba en ella, no la materia imponiéndose a los sentidos y despertándolos y exaltando la mente, hablaba el espíritu revelándose con apasionada, elocuente y arrebatadora expresión.

La belleza y la hermosura tienen una elocuencia suprema, la elocuencia de la armonía.

Comunicad el mármol o al alabastro la delicada entonación de la carne, transmitid a la madera o al bronce el colorido, dad la vida al paisaje, animad la materia con la fuerza y habréis creado. He ahí la misión del artista. Crear, comunicar parte de su espíritu a su concepción. He ahí también la lucha en que tantos se han estrellado, faltos de energía, de vigos y de voluntad. Doblegase el mármol a la inspiración y cobra bajo el cincel, curvas admirables por su finura. Imita el alabastro las transparencias y redondeces de la carne. Obedece la madera y sus trozos informes adquieren la más pura belleza en sus líneas. Pierde el bronce su dureza y parece como que las formas en él copiadas van a ceder bajo la presión de vuestra mano. Llega la meestría del dibujo a producir no solo alucinaciones, sino maravillosa fascinación en la vista de los genios. Afiligránase la materia y con los metales fórmense obras maestras, que tienen la delicadeza del más sútil encaje, róbase el nácar a la concha, el oriente a la perla, el esmalte al iris, la movilidad a la onda, el rittmo a la naturaleza y allí, donde habéis creído reunir en armonioso conjunto, un modelo irreprochable de estética, os encontráis con que habéis copiado y que la copia es pálida y es débil, porque le falta ese misterio supremo que brilla como movimiento en la materia, como luz en los cielos y como inspiración en la mirada que nos revela el alma.

Esa es la expresión.

Y la expreción vuelvo a decirlo, es incopiable. La expresión existe en todo. Es multiforme, indistinta, movible, diversificada, infinita. La expresión es: en la estatuaria el perfil luminoso y la forma correcta, el movimiento desarrollándose y desenvolviéndose en los cuadros de la naturaleza y en los seres, combina y confunde lo uno con lo otro. Necesítase la finura exquisita, encerrando morbideces nerviosas, ondulaciones suaves y llenas de vigor, movimientos que engendren la gracia, fuente eterna de todas las voluptuosidades. La hermosura suprema es antes que todo, la mayor suma posible de expresión.

La belleza de la forma es como la belleza del ritmo. Misteriosa, alada, magnética. Imponerse por la admiración que despierta, por el vértigo que produce, por el éxtasis que provoca y así como la belleza de la forma es inexplicable. La estética no es más que el sentimiento innato, íntimo y profundo de la belleza. Las artes son su modo de ser.

Aquella mujer condensaba en sí la belleza por la estética y la hermosura por la expresión. La muselina que la cubría como que se modelaba sobre sus formas acariciándolas. Las ondulaciones leves, ligeras, suaves del lienzo teníase algo de rítmico. Sus transparencias no revelaban sino parecían encubrir y trataban como de ocultar blancuras inmaculadas y virginidades vistas a veces por el artista en las alturas etéreas. El pudor de la carne transmitíase al lienzo estremecido, por no sé que castidades soñadas. La mayor delicadeza parece brusca tratándose de acariciar pétalos. La blancura de la azucena es, como la brillantez de ciertas nieves: ambas desafían por su pureza. La mirada como que se detiene, no queriendo imaginar tan solo, lo que el pensamiento más audaz respeta. El arte, es en ciertos casos toda una forma de religión de la belleza. Las ideas parece como que se detienen también ruborizadas, no atreviéndose a analizar el ideal. Las cosas que rodean a ciertos seres, como se animan, se purifican y que por ellos se apasionan. El lino manifestábase en apariencia como celoso de los misterios sobre los cuales parecía velar, flotando vaporosamente. Hubiérase dicho que trataba de multiplicarse en ondas, rizándose y descomponiéndose en graciosos contornos, para mejor ocultarla. A la vista que observaba parecía rechazarla, diciéndola:

Esta belleza me pertenece.

En los seres humanos la expresión reside principalmente en la voz, en el acento y en la mirada, únicas fuentes por las cuales se revela el espíritu. La expresión de una fisonomía la constituye, la movilidad del semblante y la elocuencia a veces dulce, lánguida, acariciadora, y otra también impetuosa y apasionada. La voz humana, abre un horizonte ilimitado al mundo del arte.

Existen en ciertos acentos flexibilidades llenas de suavidad. Modúlase la voz tomando no sé que tonos argentinos. Ese misterio el verbo se convierte en esa forma del ritmo, la melodía. No tratamos aquí la voz artísticamente hablando, sino tan solo, bajo el aspecto que nos ocupa, esto es su expresión. Vibraciones cristalinas parecen comunicarse a la palabra. El volumen o la extensión se cambia en la cadencia. Distínguese que la armonía silábica se acentúa con inimitable y arrobadora gracia. Toma el acento todos los tintes de las pasiones, comunícase y transmítese a él, el suspiro lánguido, la queja tierna, el arrebato impetuoso. El tono en la voz es por así decirlo, como la vocalización del alma. El acento, como el ritmo armonioso e inconsciente del espíritu. La modulación depende en parte de la voluntad. El arte puede educar y educa, pero necesita como base el timbre y este es uno de los modos de ser de la expresión. La voz educada crea las grandes cantantes, las grandes artistas, y entonces el acento humano llega a interpretar las creaciones musicales del genio; pero la flexibilidad, el timbre, la melodía, la dulzura y para expresarlo mejor, la caricia en cubierta y generándose en el acento, es un misterio del alma. La persona que eso produce no siempre conoce lo musical de su voz. Comparando podría decirse, que la expresión es al lenguaje lo que el talento al espíritu. Como en las fisonomías, la expresión es igualmente incopiable e intraducible, en el tono, o en el acento. En unos seres, exprésase el alma en cadencias, como en otros toma la palabra vivacidad extraña que vigoriza a la frase. La rapidez de locución comunica brillo, altivez, energía a las ideas emitidas. La dulzura expresase también con vibraciones suaves dotadas de no sé que vaga melancolía. Modulase el lenguaje tomando las notas más tristes, los sollozos más íntimos, las plegarias en forma de frases. A veces parece que el acento suspira, se queja, llora, se estremece, palpita, vibra, se inflama, tomando todos los rumores para condensarlos y todos los gritos desgarradores para modificarlos, expresando en ellos convulsivamente, algo en que se encierra el arrebato y el entusiasmo de la pasión. Brilla la palabra encendida en el fulgor del deseo, arde la frase relampagueando animada por la vida, chispean las ideas envueltas en las letras que parecen tomar colorido y el pensamiento se destaca claro, sereno, límpido, imperioso, imponiéndose y dominándolo todo. El secreto está en la expresión y la expresión es el misterio de la existencia en el verbo. Manifestación infinita de vida, la palabra recorre todos los tonos y copia en sus acentos desde el roce de los tallos, el canto de las aves y el rumor de los besos, hasta el himno lejano de los mundos en los senos misteriosos de la extensión universal.

Ciertos acentos dejan en la vida un recuerdo indeleble. Basta concentrase y en la memoria local de los sonidos, aparecen como acariciándonos y deleitando el oído. Una mirada puede dejar una impresión eterna y la modulación, la gracia y la simpatía, por así expresarlo, de un acento, legar un recuerdo imborrable. Es algo como la magia en la palabra, como la inspiración en la poesía, como el tema que aparece y desaparece en las composiciones musicales, acentuándose, vigorizándose y avivándose más, mientras más se escuchan. Ciertas impresiones se multiplican por sí mismas, se amplifican, se extienden y se dilatan avasallando con ímpetu dominador nuestro espíritu. La impresión no discute: manda, impera, sujeta, esclaviza, domina. Subyuga pero de un modo absoluto. Se siente y no se razona. El espíritu ciega en la vida de las pasiones y la inteligencia lucha en vano con el corazón. El pensamiento nada es sino animado por el fuego del deseo, por el odio engendrado por el celo, por el esfuerzo sugerido y producido en nuestro cerebro por la incandescencia que encierra el deleite. Pasión puede traducirse por ímpetu, anhelo, ambición, cólera, despecho, ceguedad, fiebre, locura. Pasiones engendran sensaciones. Derívanse de ellas ideas que copian palidamente su efímera vida y que reflejan pálidamente también, las formas variables de las aspiraciones múltiples de nuestro espíritu.

La palabra que dibuja, colora y pinta, nada es. La palabra que hace sentir es todo. Ciertos acentos trémulos, convulsos, conmovidos, que os impresionan por su graciosa incoherencia o por su vigor elocuente, encirran esa forma armoniosa en que parece como que se nos exhala el espíritu. No es el ritmo, es la prosa melódica. No tienen la música del verso, sino el temblor emocionado en el cual vibran no sé que misteriosos trinos, arrancados por el alma a la naturaleza. Es el dolor sin lágrimas, pero en acentos. El arrebato comunicado a las frases. La elocuencia dominadora de las pasiones haciéndose visible aún en el desorden vertiginoso de las ideas. La confusión también es expresiva. El movimento tempestivo de nuestro interior, puede reflejarse inconscientemente en nuestra dicción. Es entonces, cuando la palabra puede producir en otros seres, sentimientos idénticos a los que nos agitan. Necesitamos sentir para hacer sentir, e impresionarnos para emocionar. Enciéndese el corazón en el fuego de las pasiones y con fulgor vivísimo, brilla en el cielo de la conciencia, como esas nebulosas composiciones o descomposiciones infinitas del cosmos, lejanas chispas tal vez de la conciencia eterna. En ese calor inextinguible, reflejo de nuestras ansias, hoguera celeste en la que se deseca el cerebro generando ideas, toma la frase esa forma candente en que habla la pasión.

Lo expresivo de aquella voz nacía sola, única y exclusivamente, de ese misterio, el más hermoso de todos los misterios del corazón humano: el sentimiento.

La palabra apasionada es la palabra ardiente, vibrante, armoniosa, que conmueve al oirla, que arrebata, que enajena, que inspira, que os comunica el sentimiento que la produce, que os despierta las pasiones y que os transmite aún a pesar nuestro, el palpitar poderoso e irresistible de un corazón conmovido. El deseo tiene que producir fogosidades. El vigor rapideces concisas en las frases. La represión multiplicidad en las ideas y tonos variadísimos en sus modulaciones. Sin embargo todo lo antes dicho, no dice nada, no copia, no refleja, no expresa ni pálidamente, ni de un modo vago, aquella dulzura en la que las melodías parecían beber con ansia inmensa los tonos suaves, delicados, areos y poéticos con que a veces nos arrulla amorosamente la naturaleza. Todo puede delinearse, modelarse y copiarse, pero nunca el acento en que aparece, como que palpita acelerada y apasionadamente un corazón.

Y para pensar y sentir así y no poder expresarlo, había bastado una sola frase, aquel ¿Me hablabas? dicho con esa gracia que hace inolvidable la expresión.

X

—Aquí tiene usted un caso de magnetismo producido por mi voluntad, dijo dirigiéndoseme. Esta mujer duerme, duerme profundamente. El sueño magnético es completo. La insensibilidad puede demostrarse por varios medios; la catalepsia ser parcial o general; lo mismo los fenómenos de audición y videncia; en la videncia o distancia encuéntrase entorpecida. Respecto de la adivinación, es un punto que omito estudiar, porque aún dudo. Las acertadas respuestas en ocasiones, pueden ser efectos de la casualidad. Yo solo presento hechos que la ciencia compruebe.

—Todos los magnetizadores presentan iguales estudios. La insensibilidad no prueba más que una interrupción de la vida nerviosa, la videncia a corta o a larga distancia, no se explica hasta hoy más que con la existencia del alma.

—No necesitamos el espíritu para explicar esos fenómenos. Esa mujer, en ese estado, se ve obligada a pensar con mis ideas y a reflejar mis sentimientos. Es el dominio y el imperio absoluto de una voluntad sobre otra, he ahí todo. Su vida nerviosa y su sensibilidad dependen de mí. Oirá y verá lo que yo quiera que vea. Tiene que reproducir mis sensaciones. Lo que yo pienso se ve en el acto reproducido en su cerebro, que copia las imágenes del mío, porque mi fluido nervioso es idéntico en ella. Lo que yo quiero lo quiere, no por la consecuencia que a veces obliga a dos seres o por la semejanza de los sentimientos: sola y únicamente por el dominio físico de un ser sobre el otro. Las impresiones de su cerebro reflejan únicamente las mías. Su voluntad me obedece, su pensamiento reproduce el mío, sus sentimientos están cambiados en sensaciones que me están subordinadas y por lo mismo, lo que ustedes llaman las facultades del alma, han desaparecido en ella, supuesto que dependen de mi voluntad de una manera absoluta.

—¿Puede usted explicarme cuáles son los órganos empleados para ver?

—Esos ojos que aparentemente miran en este momento, carecen de mirada. El fluido que los anima es el fluido nervioso por mí transmitido. Su brillo es el brillo de la vida. Como la cámara oscura reproduce los seres o cosas colocadas ante ella, así ese cerebro reproduce también las imágenes que yo formo en el mío. Lo que yo veo o he visto, es visto también por ella. Podría decirse que mis ideas se la transmiten por medio del fluido nervioso, como las personas que se aman se transmiten sensaciones o sentimientos, como usted quiera llamarlos por medio de rayos visuales. En su estado normal carece absolutamente de inteligencia, no piensa, no siente, no quiere, no recuerda, es una idiota. Una mujer que tal vez juzgareis hermosa pero imbécil. Solamente en el sueño magnético funciona en ella la vida con sus sensaciones. Cuando termina el estado sonambúlico, los ojos pierden su brillo, la voz su expresión, el cerebro, el recuerdo y el cuerpo una parte de sus movimientos y de sus funciones. Despierta nada comprende. Es un ser que no puede vivir o que no vive más que en ese estado. No ha existido en ella la inteligencia y por lo mismo no puede producírsela, despertársela o cultivársela. He aquí el caso que estudio. Durante el sueño sonambúlico, el estado de percepción para las ideas es bastante poderoso y aún tiene también días de una profunda y admirable lucidez. Cuando hago que este termine no me encuentro más que con un cadáver. ¿Conociais algo semejante?

—Nada absolutamente, le repliqué distraído y admirando la suavidad de sus perfiles, la artística morbidez de sus formas y las bellezas antes por mi analizadas. Nada absolutamente. El idiotismo producido por ciertas parálisis o por otras causas, puede curarse; pero el idiotismo que nace con el ser, lo creo imposible.

—No hay imposibles para la ciencia. El género humano marcha hacia la perfección. La ciencia llegará a destruir las enfermedades destruyendo las causas que las producen. ¿Comprende usted que viva como yo vivo, abstraído y entregado al estudio? Se trata no solo de producir una inteligencia, trátase también de obtener una voluntad y sobre todo y principalmente de crear un corazón. La creación de un alma es la creación de sus pasiones. Ahí teneis una Galatea, prosiguió indicándomela, no en mármol, en carne, es necesario animarla, vivificarla, hacerla sentir. Poco importaría el sufrimiento, sufriendo sentiría y con el sentimiento vendría después del goce.

Durante una hora o poco más hizo con aquella joven diversas pruebas del dominio ejercido por su voluntad. Produjo la catalepsia parcial y general, resolvió algunos problemas matemáticos, leyó en libros abiertos al acaso, en distintas páginas sin tener ante su vista el libro y practicó otras cosas sencillas, que sin embargo, revelaban la vida de la inteligencia. En el estado en el cual se encontraba, era bastante en mi concepto, para revelar la existencia del espíritu. Lo mismo había yo visto producir por varios magnetizadores y por esa causa, no llamaba ya mi atención, pero lo que me preocupaba, y esto apesar mío, era el estado de imbecilidad en el cual recaía aquel ser, cuando cesaba el sueño sonambúlico.

Cambiamos aún algunas frases y citándonos para uno de los días siguiente, me retiré como me había retirado otras veces. Como otras veces, no.

Van ustedes a reírse de mí y esto sin justicia. Yo estaba inquieto, tan inquieto como si en aquella nueva entrevista, fuera a tratarse de mi persona. El tipo de aquella mujer se había grabado profundamente en mi memoria. Su belleza, belleza incomparable, no produjo la impresión que como ya he dicho, me causó el oírla.

Aquella voz dulce, insinuante, simpática, expresiva, acariciadora, vibraba todo el día en mis oídos. Luchaba el espíritu con el recuerdo, trataba de que desapareciese y la voz o su acento o aquel recuerdo que la copiaba, ya hecho imborrable para el espíritu, vibraba entonces con entonaciones más suaves y melodiosas. Traducía las notas más íntimas, los sollozos más profundos, los reproches más enérgicos y a la vez más candorosos y en medio de su candor, más insinuantes, más atrayentes y más apasionados. Era toda la creación del arte futuro comunicado al verbo. Las notas arrancadas al misterio de la concepción traduciéndose y expresándose, en aquellas caricias producidas por las vibraciones del sentimiento del alma, sentimiento como su creador, divino y eterno, comunicadas al lenguaje o como las alas de las inspiración a la rima. Era el placer y los dolores del espíritu, conviertiéndose en armonía suprema, para el alma que soñaba o adoraba aquellas frases, que por su expresión se convertían en ritmos, inovlidables por su dulzura. Ya no deseaba nada el corazón. La había oído y le bastaba. Lo único que podría nuevamente despertar sus aspiraciones, era que aquel recuerdo se volviese eterno.

¿Vivía aquella voz y sus modulaciones y sus incopiables y melodiosos acentos en el ambiente que respiraba, como vivía su imagen en la luz producida por aquellos ojos que no me habían mirado y que apesar de eso delineaban con un tono más delicado y más vaporoso y con más ideal que la más vaga y más sutil de todas las creaciones? ¿Vivía tan solo en el recuerdo? ¿Era un espejismo de la memoria? ¿Formaba ya parte inseparable del espíritu? ¿Agitábase acaso en su interior? ¿Poblaba el cerebro con nuevas ideas como el alma con nuevas aspiraciones? ¿Remplazaba para esa alma la creencia, como el ensueño, como la inmortalidad, como la aspiración vaga, incesante, sin forma y expresión posible pues no tiene término alguno que pueda servir para compararla? ¿Era algo semejante a la sensación aniquiladora que el paso de Dios produciría en el alma? El espíritu renacia de sí mismo, vigoroso, ardiente, inspirado, con el solo recuerdo producido por el timbre, no humano, celeste de aquel acento.

XI

—Vamos, vamos, dijo el juez sonriendo, lo demás se comprende. Puede concretarse la cuestión. Usted se ha enamorado, con justicia o sin ella, y encuentra censurable lo que ese hombre hace. Nada más natural pero poco lógico.

—Chicoleos, agregó el cura bostezando, chicoleos más o menos bien expresados. El hombre y la mu]er han sido creados para amarse, y según esa ley divina, para la multiplicación de la especie. Inútil es que le ofrezca a usted mis servicios.

—Pero señores, dije yo a mi turno, no hemos dejado concluir al orador.

—El señor juez me parece que siempre ha de tener la razón de su parte, aún cuando determinados casos carezca de ella, prosiguió el cura, llenando las copas. Inspiremos al orador y que continúe.

El juez guardó silencio obsequiando la indiación del cura, hicimos honor a aquella bebida y seguimos fumando.

La noche era lluviosa. Exteriormente el agua cayendo con fuerza, iba acompañando la relación monótona del farmacéutico. El tiempo estaba a propósito para una velada, sobre todo, cuando no tiene uno otra cosa que hacer. El ideal de mis sueños comenzaba a desvanecerse. Las dulces pláticas por mí leídas en el «Quijote» eran charlas como las que todos tienen. El cura, el juez y el boticario de aquella época, no han envejecido. El genio de Cervantes les inmortalizó por la naturalidad con la cual los dibujara, pero esos tipos de entonces, comparándolos con los tipos de ahora, no han cambiado en esencia. La moda, no teniendo que inventar, retrocede a veces sobre sí misma y da nueva vida a costumbres olvidadas. Solamente cambian los nombres y los asuntos. Hoy, como entonces, el género humano es el Quijote. El ideal está representado por la libertad, el progreso, la ciencia, etc., etc., pero la mayor parte de las escenas en aquel libro trazadas, las encontramos diariamente en nuestra vida social. Diariamente tropezamos nn Dulcineas y Maritornes en la comedia de la vida. Lo que no es común es el tipo de Sancho. Los narradores, cualesquiera que sea su nombre, solo han variado en la pulcritud de las frases. La Academia española lanza todos los años, ante el mundo embebecido, una nueva edición de la Gramática de la lengua, con algunos vocablos conquistados; el Instituto de Francia, dos ó tres problemas científicos que supone resueltos; la Universidad de Berlín, algunos volúmenes para enriquecer las dudas con las cuales combatimos; expídense nuevas patentes de sabios, los astrónomos enumeran las mismas estrellas, los botánicos se cuestionan la propiedad de una hoja, los micrógrafos disputan sobre la posibilidad de la población en una monade, los historiadores estudian los mismos hechos, interpretándolos de diversa manera, los viajeros describen países ya descritos, asegurando que aún estaban inexplorados, y los oradores, desde Demóstenes hasta el humilde farmacéutico de quien nos ocupamos, todos han dicho y repetido frases e ideas que si no en todo son iguales, son al menos semejantes.

Sin embargo de lo anterior, el progreso humano es innegable.

Estábamos en que el auditorio algo fatigado de aquellas poesías que trascendían a ungüentos, se sublevó. Aquello no era precisamente el océano ante el que ensayaba su palabra fecunda el orador ateniese, lejos estaba de parecerse al parlamento inglés dominado por Salisbury, a la Cámara francesa subyugada por la elocuencia de Gambetta, a las cortes españolas entusiasmadas por Martos o Castelar, o a nuestras cámaras conmovidas por todo o por nada; pero había allí un auditorio y un orador. El juez, el cura y mi humildísima personalidad, es decir, tres conciencias desacordes; el humo de nuestros cigarros, envolviéndonos en su azulada atmósfera, representando los sueños de nuestras existencias; el alcohol, vivificándonos y animando las pupilas con artificial brillo, el velón, consumiéndose como la imagen del tiempo; algunos periódicos, representando eso que llaman el eco de la opinión pública; nuestra ociosidad escuchando sandeces, y la inspiración, vagamente representada en débiles relámpagos, que no podían romper con su lánguida luz, los cortinajes de las telarañas puestos sobre los vidrios.

—Aquel acento, prosiguió el farmacéutico…

—Se prohiben nuevas disgresiones sobre el acento, la voz y otros ruidos, interrumpió el juez

—Es preciso dejar una libertad absoluta para la emisión de las ideas, agregué yo, que generalmente hablo poco, porque nada sé o por lo mucho que ignoro.

—Sobre todo, murmuró el cura, siempre soñoliento; sobre todo, cuando se trata de una voz que como la de la mencionada joven, inspiraba al señor sentimientos tan nobles e ideas tan poéticas. Siempre seré yo o mi santo ministerio, quien desenlace la historia.

—Pero señores, replicó el boticario algo impaciente, mi narración puede ocultar un fondo simbólico, y cuando yo me refiero al acento, es como cuando los poetas se refieren a la forma de la inspiración. ¿Quién de ustedes puede definirla?

—La inspiración, dijo el cura. ¿Quién puede de dudar que era la voz de Dios hablando por la boca de sus profetas?

—¿Cómo la inspiración? Interrogó el juez con voz severa. Es a no dudarlo la voz de la justicia, es decir, la expresión de la ley.

—La fuente de toda inspiración reside en el pueblo, agregué yo por hablar algo. En él inspirábase Shakespeare.

—Yo no sé como hablarían los profetas, cuáles interpretaciones podrán darse a la ley y lo que residirá o no residirá en el pueblo. Solo sé que las impresiones que aquella voz producía en mí. Solo sé que representaba una de las formas de inspiración, así como para otro puede encontrarse en la contemplación de un paisaje, en el dibujo de un cuadro o en la creación de una obra. Una de las más hermosas manifestaciones del espíritu es la palabra. La palabra traduce las ideas, las impresiones y los actos. Todos los seres hablan, pero no con igual acento o expresión y el arrullo de la paloma así como el trinar de las aves……

—Esos son romanticismos, interrumpió nuevamente el juez usted nos está contando un cuento, una novela o como usted quiera llamarla. El exceso del romanticismo produce lo que podríamos llamar sensiblería. Usted se enamoró, el cura le ofrece sus servicios, yo pediré la muchacha, se casan y cuento acabado.

—Así hablaban los profetas, repuso en el acto el cura llenando las copas.

Íbamos, y por segunda vez, el farmacéutico orador, dominó las interrupciones quedando dueño del campo. La discusión copiaba de modo gráfico la elocuencia casi casi tormentosa de nuestras cámaras.

XII

Vivía en mi mente el recuerdo de aquellas formas y sus bellezas, ardía ante mis ojos el fulgor vivísimo de sus miradas y la expresión variable que les daban sus pasiones, soñaba con los ensueños por aquellos recuerdos producidos y su voz dulce, apacible, expresiva y poética, vibraba físicamente en mis oídos y como intelectualmente en el espíritu. La contemplación interna de aquellas formas despertaba el deseo, su hermosura la admiración, las pasiones visibles en sus pupilas, pasiones semejantes en mi alma, la concentración en esas ideas algo parecido al éxtasis religioso y aquella caricia encubierta en su acento, arrebatos y entusiasmos que creaban y multiplicaban nuevas sensaciones para la vida inteligente de mi ser. El ideal por entonces representábase para la existencia de la Tierra, en aquella mujer. Luchaba el instinto transformado en deseos con la inspiración transformada en ideas. Yo quería poseer aquellas formas para acariciarlas incesantemente, ver ante mis ojos aquellos ojos de un modo eterno, soñar lo que ella soñaba, fundir las aspiraciones, amar lo que ella amase, prescindir de mis pensamientos absorbidos en los suyos, avivar su existencia física y producir en ella la existencia moral de la que carecía. Dar el alma para aquella otra alma. Hacer latir aquel corazón como latía el mío. Comunicarle la electricidad de mis nervios y las ideas de mi cerebro, para hacerla vivir la vida angustiosa que yo vivía. Hacerla gozar y sufrir haciéndola sentir. Hacerla amar si es que yo amaba, aún cuando en concepto aquello no era amor.

El sentimiento fecundo y generoso comenzaba a despertarse en mi alma.

Así transcurrieron los días entre una y otra entrevista.

El problema científico que preocupaba la existencia de mi amigo preocupábame ya de un modo diverso. El trataba de formar una inteligencia y yo de despertar a la vida del sentimiento un corazón. El quería investigar la generación de las ideas problema bien oscuro, y yo encontraba un corazón virgen aún, en sus pasiones. ¿Qué puede valer más para la existencia del alma, la vida intelectual o la indefinible vida de los sentimientos? En lo de adelante ambos íbamos a vivir igualmente abstraídos.

Más bien que amar… yo quería que aquella mujer amase.

Nada cambió en mi existencia y sin embargo, yo creo que en el fondo hubo un cambio radical y completo. Sin mis pensamientos se formaban en el cerebro, era para volar hacia aquella mujer y envolverla en espiritual atmósfera de acariciadoras ideas.

Si aún no había pensado, menos había sentido. La virginidad de sus ideas existía también en sus sentimientos. Íbamos a crear entre ambos, un alma. Él, a producir un cerebro que pensara y yo, un corazón que desde su primer latido me pertenecería.

En concepto de algunos, la virginidad del corazón, es un problema aún más difícil de resolver, que el de la generación de las ideas.

¿Cómo explicar esas extrañas simpatías que atraen a dos seres, esas ligas impalpables que les hacen a veces participar de los mismos pensamientos, esa simultaneidad de sensaciones, de gustos y de caprichos, esa fusión de dos almas que se aman, muchas veces sin conocerse, más que por la semejanza de las ideas? Desde que nacen a la vida los corazones sienten y tal vez, sus primeras convulsiones, no serán más que reminiscencias de anteriores sentimientos. Para encontrar un corazón virgen sería necesario encontrar también una inteligencia que no hubiera pensado. Ese doble problema lo teníamos ante nuestra vista. El quería profundizar los senos misteriosos de aquel cerebro, yo buscaba como tantas veces que he buscado inútilmente en mi vida, eso que los poetas llaman amor y que en mi juventud llamaba como Madame de Staël «el talento del corazón».

He dicho antes yo quería que aquella mujer amase, pero también quería que amase única y exclusivamente a mí. Precisamente porque se despertaba el sentimiento, despertábase algo semejante a los celos. El exclusivismo en materia de amor no reconoce otro origen. Comenzaba a producirse la vida del corazón, pero no la vida nerviosa, interrumpida por así decirlo, en fuerza de gastarse en continuadas sensaciones, la vida noble, elevada y poética, vida de purezas y abnegaciones, de sacrificios sublimes, de lucha perpetua en la cual se consume dilatándose en ignoradas radiaciones, vida contemplativa que parece llena por la inercia para la vida social y que tiene en el fondo una fuerza de acción inconcebible, fuerza que nace de las mismas pasiones y que aniquila el organismo, para producir el desarrollo del cerebro y el engrandecimiento del corazón.

Mi existencia iba a fecundizarse por nuevas sensaciones.

Cansado de sentir ya no sentía. Así como los labios se fatigan de besar en unas cuantas horas de placeres febriles, así también el alma fatígase a veces de sentir y cansase de amar. El hastío no reconoce otra causa. El combate interior de las pasiones estaba reemplazando por el desaliento, la conciencia, único astro visible aún en el firmamento ennegrecido del alma, luchaba tratando de iluminar nuevamente la vida y llamaba en su auxilio al sentimiento. Este, si llegaba a brotar en el espíritu, tenía que hacerlo en condiciones no experimentadas antes por mí; era difícil que sufriese nuevas alucinaciones en materia de amor y que me impresionase como generalmente se cuenta en un solo segundo por una sola mirada y en cuanto al desarrollo lento y gradual que es la otra forma en la que puede producirse, era más difícil que se verificara, pues estaba ya en esa época de la existencia en la cual, lo repito, el hastío evita el nacimiento o la incubación de un nuevo amor.

Podía aventurarme francamente en aquel género de estudio, despertar el amor sin que en mí se reprodujese.

Las almas más experimentadas naufragan a veces. Respecto a sentimientos el corazón cuando quiere estudiar es víctima de sí mismo; no solo porque se obstina, cuanto porque se acostumbra y hasta se vicia en la contemplación de sus ilusiones; cree crear y en sus fingidas o falsas creaciones, se quiere así propio. Esto podría servir en ciertos casos, para no entrar sin un hábil piloto, en el océano, casi siempre borrascoso de las pasiones.

¿Para qué hemos de repetir lo que en igualdad de circunstancias todos han dicho o dicen? Las mañanas de aquellos días me parecían luminosas y diáfanas, aún cuando la atmósfera estuviese nebulosa, las tardes estaban como impregnadas de poesía, las noches tan llenas de ensueños como el resto del tiempo. No era el amor que se levantaba iluminando los horizontes infinitos del alma, era tan solo la vida antes desierta y vacía, llena con un objeto en mi opinión noble y santo, el desarrollo de un ser en todas sus potencias y facultades, por el desarrollo de sus pasiones. Crear el sentimiento era crear el corazón.

Podrá interpretarse la inteligencia de las frases anteriores, pero apesar de ello, insisto en que yo no amaba. El preceptor se preocupa tanto del desenvolvimiento de la concepción en sus educandos, como yo de la creación de los sentimientos en aquél ser. Lo que sucedía en mi interior, era lo que siempre me ha sucedido, yo tomaba aquel objeto nuevo en mi vida, con el entusiarmo y la exaltación que empleo en todos mis sueños y mis acciones; derivábase nueva existencia para la infatigable actividad de mi espíritu, siempre sediento, ya de sensaciones o de vivificadoras y fecundantes ideas. Crear las pasiones es más grande que crear el alma.

¿Aquello era pensar o era sentir? Yo no quería confesármelo, pero me interesaba más de lo que debiera en aquel estudio, sin comprender si eran justas las reflexiones por amor a la ciencia, las en mi producidas o si eran movimientos de un corazón que comenzaba a enfermarse con esa fiebre devoradora y divina, a la cual no quería concederle el nombre de amor. ¡Y qué me importaba que fuese producto de mi cerebro o del principio de una pasión, si aquello me hacía gozar!

¿Volver a amar? ¿Volver a vivir con la vida multiplicada por las ansias sin nombre, por las dudas crueles, por las aspiraciones vagas, por sensaciones indefinidas, por poesías melancólicas y dulces y sublimes, en las que exhalaría lo más santo y lo más ideal de mi espíritu, volver a sufrir y a gozar, a sentir el amor y con el amor el celo, volver a vivir, y a vivir… ¿No es verdad que esto era equivalente a un renacimiento de mi ser? Iba a concluir el hastío y el alma nuevamente a luchar con esa concepción, tormenta de las pasiones, que a veces la degrada o la deifica. La vida iba a transformarse en culto, y la existencia propia del corazón a evaporarse en nuevas ideas. En el mundo de los sentimientos Dios se hace sensible al corazón. Esa soberana, fuerza e iluminación del universo, vuélvese en esos casos perceptible para el alma; por consecuencia yo iba a creer.

Iba a creer en una pasión por mi engendrada y en un amor por mi creado. Resolvería el problema de la virginidad de un alma y la fábula de Galatea, se desarrollaría copiando la estética de mi espíritu. ¿Por qué no he de decirlo? Fidias pareciáme pequeño. Es bien distinto modelar el barro y barro es el mármol y la madera y el bronce, que modelar de un modo inmortal, un alma.

En ese estado de exaltación nerviosa que prepara los grandes sacudimientos de las pasiones en el espíritu y de exagerada y de exquisita sensibilidad e impresionabilidad, yo llegué por segunda vez a la habitación de aquel ser, que antes llamaba extravagante; en aquella humilde casa encontraría tal vez el olvido de mi pasado y la redención para las faltas de mi vida y en aquel estudio, la mayor tempestad que se haya producido en los abismos del corazón.

XIII

Reprodújose en parte la escena descrita en la entrevista anterior. Al caer de la tarde, nos encontrábamos en el estudio, la joven ya causa de mis insomnios y de mis sueños, mi amigo y yo, un poco más preocupado de lo que debiera de estar. Sin embargo de mi incomprensible turbación pude observar en él, que se encontraba inquieto o levemente nervioso. Minutos después de mi llegada y de las frases y fórmulas de costumbre, la joven encontrábase como adormecida en aquel sillón en que ya antes la había visto. No puedo explicar en claros conceptos como me encontraba en aquel momento.

Parecíame como que había retrocedido en mi vida y vuelto a los años juveniles, años en los cuales creía y sentía el corazón movérseme agitado y convulso por las pasiones. La vista material de mi ser trataba de penetrar en aquella alma y mis ojos recorrían sus riquezas de formas, recreándome y acariciándolas. Una timidez incomprensible habíase apoderado de mí y una sensación extraña, ya otras veces experimentaba, me invadía. El temblor de sus sedosos párpados, se me comunicaba y en mi interior, una angustia, a cada instante creciente, parecía comprimirme con fuerza el corazón. Las caricias que pensaba hubiera querido prodigárselas, con multiplicidad extraña y casi febril. No me saciaba de contemplarla como no me cansaba de pensar en ella y el deseo provocado y producido por aquel minucioso exámen, se cambiaba lentamente en una sensación no definida y antes no experimentada, que a pesar mío, me infundia respeto. El asunto que allí me llevaba habíaseme olvidado y todos mis recuerdos se me confundían. La hermosura fascinadora de aquella mujer me absorbía por completo. El problema científico desaparecía ante la soberana radiación de su belleza y los deseos enmudecían ante la poderosa manifestación del arte, arte que parecía haber robado de los misterios de la estética, en la más sensual de sus creaciones, la mayor suma posible de delicadeza.

Los instrumentos científicos, los libros, los papeles, los otros objetos que llenaban el estudio y el amigo, dueño según parecía de aquellos tesoros de formas y de aquella alma, todo se había borrado y desaparecido: solo quedaba aquella mujer enfrente de mí, bañada por las apacibles serenidades y melancolías de la tarde, con hechicera sonrisa entre sus labios y con la mirada lúcida, intensa y magnética, fija sobre mis ojos con una expresión dominadora. No se necesitaba que hablase: la elocuencia de las pupilas era más expresiva que las incomparables melodías encerradas y doblegadas por aquella voz.

—¿Quiere usted interrogarla? Me interrogó él brevemente.

—Yo exclamé con voz trémula. ¡Yo lo que quiero es oírla!

—¿Pero oírla sobre qué asunto? ¿Qué punto de la ciencia quiere usted que toquemos? Puede disertar sobre varios ramos del saber humano.

—Le diré a usted con franqueza, repuse conteniéndome. El asunto me es indiferente. Creo que usted que puede reproducir mi pensamiento o el suyo. Ese fenómeno de la reproducción o la reflexión de las ideas, está bien conocido aún cuando no explicado, pero a usted que la conoce, toca interrogarla.

—No tratamos de la reproducción de su pensamiento en el suyo. Ella puede contestar las preguntas que se le hagan sobre puntos científicos que a usted le sean desconocidos.

—Me parece imposible.

—He ahí la razón por la cual he dicho que la interrogase.

La investigación de un enigma tiene maravilloso poder de atracción sobre el espíritu. El mío se concentró entonces en una sola idea: inquirir si aquella mujer me conocía los pensamientos sugeridos por su presencia; pero precisamente por causa de las sensaciones en mí experimentadas, volvíase dificultoso el hacerlo. También hubiera sido una torpeza el interrogarla sobre la pasión que comenzaba a producirme; luchaba entre el deseo de saber si era posible la adivinación y el de ocultar los sentimientos que me inspiraba; por lo mismo, hice la primera pregunta que se me ocurrió.

—¿Podría usted decirme cuál es la influencia que la bilis ejerce sobre el cerebro?

—¿Oyes la pregunta que te hace el señor?, apoyó él.

—Perfectamente, contestó aquella voz ya por mí adorada en todas sus inflexiones. Perfectamente, y la respuesta es bien sencilla: la bilis exalta la potencia intelectual del cerebro. Su derrame sobre la sangre produce un estado febril; sobre el cerebro un entorpecimiento o una exaltación de sus facultades. La fiebre biliosa que se origina, causa delirios en los cuales todos los pensamientos concebidos adolecen de una extraña exageración. El exceso de la secreción biliar produce alucinaciones dolorosas y concepciones deformes, viciadas y horribles. La sangre desequilibrada en sus proporciones componentes, no nutre bien el sistema nervioso que se debilita y se vuelve más sensitivo. Debilitado el sistema nervioso debilítase la médula. Esto influye poderosamente en su mayor impresionabilidad. De aquí la concepción exagerada. La bilis obra directamente sobre el cerebro, produciendo una leve congestión y al exaltar sus facultades desarrolla la imaginación que forma como ya he dicho, visiones que no pueden describirse fácilmente. Exagéranse éstas y fecúndanse a sí mismas, dando creación a un estado casi constante de alucinaciones diversas. La irritabilidad del sistema nervioso, desarrolla una suma mayor de percepción y de sensibilidad. Todos los objetos se ven entonces con mayores proporciones de las que tienen, todas las impresiones son más rápidas y a la vez más profundas y más duraderas, todas las sensaciones son más intensas y la perceptibilidad y la finura de los sentidos se mejora y se exalta. La vida nerviosa se aumenta por la irritación de la médula y la excitabilidad de esta, obliga a mayor suma de movimientos, de obligadas creaciones y de incesante concepción. Estos son los efectos generales de la bilis sobre el cerebro.

La joven guardó silencio. La idea emitida por ella, por más generalmente que estuviese expresada, era también original; entrañaba nada menos que la teoría de que la inspiración en determinados casos, podía provenir del dominio del sistema bilioso en el organismo. No me encontraba de acuerdo con la teoría, pero por el momento no me venía a la mente, la manera de rebatirla.

—¿Podría usted indicarme si esas ideas subsisten, tratándose de las enfermedades biliares?

—Me he referido únicamente a los efectos que la bilis produce sobre el cerebro, es decir sobre la mayor o menor exaltación de sus facultades para concebir, por la influencia que en el ejerce la bilis. En las enfermedades biliares afectase también pero esto como una acción refleja. Los cálculos biliares, las congestiones del hígado y otras enfermedades de la misma entraña, no obran sobre la mayor facilidad, tanto para concebir, como para emitir las ideas. Citemos un ejemplo. Cuando la ira se apodera de un hombre, la bilis obra instantáneamente sobre el cerebro y por lo mismo, sobre el sistema nervioso; no existe enfermedad alguna en auqella entraña y el estado de exaltación en el cual se encuentra, proviene únicamente de esa acción, la influencia a que se halla sometido multiplica su existir y sus acciones, de esto se deriva la indolencia en los temperamentos linfáticos y la incesante actividad de los biliosos.

La segunda respuesta hacía más comprensible la primera. Yo escuchaba admirándola, no por la claridad de sus conceptos, su concisión y precisión, sino por causa de las indefinibles sensaciones que aquella voz me producía. Yo la acariciaba con la mirada, envolviéndola, atrayéndola, tratando de fijar bien en mis recuerdos aquella imagen, fotografiándola en mi cerebro, analizando cada una de sus perfecciones, adorando aquel conjunto en el cual brillaba la forma en todos sus esplendores y el colorido con todos sus lujos. La movilidad incesante de la fisonomía, aumentaba con la elocuencia irresistible de la mirada y con no sé qué fluido misterioso, que hacía resplandecer el cutis animado por la simpatía y por la gracia.

—El espíritu del hombre dominado por la ira, siendo ésta excesiva, conduce el estado de actividad o al de postración. El temperamento nervioso está casi siempre influenciado por el bilioso. La mezcla de ambos produce el exceso de sensibilidad como el de movilidad y lo seres así dotados, son los que pueden reunir la mayor suma de ideas a la mayor suma de acción. Eso me parece que es especializar una de las acciones de la bilis, sobre el cerebro.

Expresábase con rapidez. Las ideas por ella emitidas eran bien sencillas y sin embargo, en su fondo originales. El semblante se iba animando gradualmente y la gracia de la voz como que se comunicaba a la fisonomía dándole movilidad. En nuestra primera entrevista fue una especie de autómata, obedeciendo a la voluntad del magnetizador, transmitida por el fluido nervioso o fluido magnético, la inteligencia, demostrada podía haber sido efecto de la reproducción de los pensamientos de aquel; pero en el momento de que nos ocupábamos, se encontraba en un estado de mejor concepción o de mayor lucidez. Yo no hallaba que censurar en aquellos conceptos, pero lo que no podía comprender era, que la inteligencia desapareciese fuera del estado sonambúlico.

—¿No tiene usted alguna observación que hacerle? Me interrogó nuevamente aquel a quién ya llamaba con interés, mi amigo.

—Ninguna por el momento. Solo que en las primeras ideas por ella expresadas, parece como que la inspiración pudiera tener su origen en la influencia biliosa.

Era una magnífica tarde de estío. El sol descendía lentamente y la claridad se debilitaba dando al estudio en el que nos hallábamos, tintes más poéticos; erá más bien una media luz indecisa en la cual parecían flotar los objetos que nos rodeaban, los cuales perfilábanse de un modo más confuso y más vago. El viento traía en sus ondas, fugaces e indefinibles rumores. Las melancolías del crepúsculo hablaban con mayor expresión de mi alma. El sentimiento por mí analizado, antes de llegar a aquella casa, apoderábase del espíritu con la plena conciencia de lo que le pasaba. La misteriosa poesía de la tarde y de la naturaleza encarnábase en aquella mujer. La inspiración revelábase en aquella forma. Todos los rumores del exterior se iban haciendo impreceptibles a mis oídos como la luz indecisa a mis retinas, pero para iluminar mi alma, bastaba con la radiación de aquellos ojos.

Sin que yo lo comprendiese comenzaba a verificarse la abstracción.

—Podríamos ocuparnos de algo más curioso, por ejemplo, investigar alguno de los puntos que aún no se resuelven por medio de la ciencia: uno de ellos sería la generación de las ideas, agregó él viendo que mi divagación aumentaba cada vez más.

—¡La generación de las ideas!, exclamé con asombro y volviendo de mi arrobamiento; la generación de las ideas, es un punto que encierra un difícil problema el que evitaría tocar, porque lo considero irresoluble.

—Irresoluble. ¿Y por qué? Si admitimos la existencia de la doble vista para un solo caso, tenemos que admitirla para varios. Demostrada en un punto, tiene después que generalizarse. Si esa mujer puede leer en las páginas de un libro que le es desconocido, ¿por qué no habría de practicarlo en ese otro libro, perdoneme usted la comparación, en ese otro libro que se llama cerebro?

—Porque en el libro no hace más que reproducir la lectura que uno de nosotros dos hagamos, y usted mismo me ha dicho que dudaba de su adivinación.

—Deducir no es adivinar.

—Conocer la generación de las ideas es adivinar la fuente de la cual brotan, esto es, su origen.

—La fuente de la cual brotan esto es el cerebro. Esto es bien sabido y bien vulgar. Yo no conozco a nadie que piense con el corazón o con un músculo, pero seguir y perseguir la formación de una idea es llegar a su origen sin sin necesidad de aplicar la adivinación.

—Usted mismo lo dice. En el cerebro no hace también más que reproducir el pensamiento, ya formado en él. Repite la imagen concebida, pero no puede penetrar el secreto de su creación.

—¿Y cómo lo sabemos? Insisto en que si la doble vista existe, debe existir para todo. Seguir la formación de una idea, implica seguir la formación de una idea, implica seguir su desenvolvimiento y si puede observarse su desarrollo, no sé por qué causa no ha de poder observarse en sentido inverso y llegar al punto del cual parte. Resuelto el problema, para un solo caso, cualquiera que este sea, se perfeccionará después en otras aplicaciones.

La abstracción que antes reinaba en mí había vuelto a desaparecer. Yo pasaba de la contemplación de aquella belleza a la contemplación de la hermosura de una idea. Aquel pensamiento era aún más original. Si en aquella mujer había tomado una de sus más clásicas formas la inspiración, en aquel hombre, se encerraba el estudio útil, provechoso y fecundo. Yo recordaba lecturas sobre aquel asunto, pensamientos aislados, opiniones de pensadores célebres, frases más o menos equívocas, ingeniosas, críticas, pero no un estudio que mereciera la pena de fijar la atención. Resolver el problema de la generación de las ideas. Resolver una ecuación tan difícil. Encontrar una incógnita que tantos antes que nosotros habían buscado. Penetrar los enigmas del cerebro y verlo como si el cráneo estuviese hecho con cristal; observar en la circulación sanguinea, la formación de la masa encefálica, el desarrollo de la sustancia gris, la riqueza del ácido cerébrico, esto era bien sencillo y en un hospital podríamos hacerlo; bastaba un tratado de anatomía, un cadáver y unos practicantes para lograrla, pero este estudio del orden físico aplicarlo al orden intelectual ya no era lo mismo. Seguir una idea en sus encadenamientos, ir observando las que formaba, penetrar con ella por medio del análisis hasta el punto en el cual brotase, era en mi concepto un absurdo, pero un absurdo hermoso.

Si hemos llegado a descomponer la luz, a analizar los astros y a probar con matemática precisión ciertos acontecimientos científicos, si otro orden de ideas hemos reconstruido razas ya extintas, si conocemos las leyes que gobiernan la eterna transformación de las sustancias y si podemos fijarlas de un modo incontrovertible ¿por qué no habíamos de resolver un problema que aún cuando parezca difícil, no lo es tanto como a primera vista parece? ¿El título de una profesión no implica conocimentos en la misma? ¿El estudio de un ramo cualquiera de las artes no supone una práctica constante en el propio ramo? ¿No hemos penetrado en todos los misterios de la naturaleza? ¿No debe el progreso todo su desarrollo y sus conquistas en la ciencia, al estudio? ¿No obtenemos diariamente una victoria sobre los enigmas que se nos presentan, por la más insignificante de nuestras observaciones? Y esas observaciones y ese estudio y esa penetración y esa práctica y todos esos conocimientos, ¿por qué se han de referir únicamente al orden físico? ¿Por qué no hemos de llegar a obtener iguales resultados en la esfera de las ideas? ¿Qué otra cosa es la observación más que una de las aplicaciones de la inteligencia?

El objeto era diverso pero la abstracción continuaba. Pasaba alternativamente de la hermosura de las ideas a la hermosura de las formas. Pensaba en resolver aquel enigma, que tan pronto me parecía imposible como sencillo y a la vez sentía poderosa fascinación ejercida por aquella mujer sobre todas y cada una de mis facultades. Confundíanse los pensamientos con las sensaciones. Sentía algo semejante al vértigo y vagos estremecimientos, ambas cosas producíanse por la concentración, pues tanto esfuerzo necesitaba emplear mi memoria para fijar de un modo indeleble auqellos encantos como mi inteligencia para penetrar y comprender aquellas ideas. El irresistible misterio de la belleza de la forma luchaba con el misterio más irresistible y más profundo de la concepción. Hablaba en ambas manifestaciones la elocuencia eternamente hermosa del ideal.

Cuando a la vez que se piensa se contempla, el tiempo se desliza rápido. La tarde había ido declinando y la noche comenzaba a extenderse sobre el firmamento, las figuras caprichosas y variadas de las constelaciones. Apagábanse lentamente todos los rumores. El silencio, silencio solemne y precursor de la noche, comenzaba a reinar en la naturaleza. La atmósfera estaba diáfana, los astros centelleantes y la noche tibia, serena, luminosa. Los soles parecían en la apariencia inmóviles en la extensión. Las fuerzas invisibles, pero no por esto menos grandiosas, obligaban a los mundos a su marcha eterna. La radiación y la gravitación manifestaban la inmutabilidad de las leyes. La mecánica celeste obligaba a los astros al movimiento. La electricidad flotaba en la atmósfera como la luz y la vida en los cielos. El cosmos aparecía en toda su deslumbradora magnificencia.

La plegaria universal elevábase a los cielos. La brisa impregnada de la vida de las flores transladaba en sus ondas el invisible polen para fecundarlas, el silencio iba esparciéndose como las sombras y la majestad de la naturaleza al presentar el más grandioso de sus cuadros, transformábase en indefinible poesía, desvanecíanse los perfiles y esfuminábanse entre sus vagas claridades. Concluyó el crepúsculo comenzando el día universal. Los espacios estelares, impenetrables aún a la vista poderosa del telescopio, aparecían como senos misteriosos, profundos y sombríos, en lejana radiación. Los torbellinos de estrellas formando nebulosas, tenían la misma inmovilidad aparente que las constelaciones.

Las medias tintas del estudio desaparecieron ante la claridad producida por una lámpara, el globo que imitaba blanco alabastro esparció una iluminación semejante a la luz crepuscular y la belleza de aquella fisonomía de la que se desbordaba la expresión, adquirió mayor delicadeza en sus perfiles y mayor suavidad en el tono. El color moreno volvióse pálido, brilló su negra cabellera multiplicando la luz, y sus ojos, antes luminosos pero como atónitos, adquirieron una mirada aún más dulce, más intensa y más penetrante; cambióse la expresión dominadora y de sus ojos profundos, brotaron miradas que en su rayo misterioso parecían envolver caricias. El fluido de la voluptuosidad cambió su expresión en el de la ternura, el cutis adquirió mayor transparencia, el color más delicado y el conjunto como una mayor intangibilidad. La muselina iluminada por la luz artificial, la decomponía en sus ondas, que imitaban esos rizos en los que a veces se transforman los celajes. La mujer desaparecía idealizándose. Desvanecíase la forma y encarnábase el ángel. Espiritualizóse su belleza y sus ojos siberanos continuaron envolviéndonos en aquella mirada magnética, que revelaba la poderosa e inexplicable vida del espíritu.

Desvaneciéronse sus contornos y la luz que parecía destellar de su frente, la envolvió, comunicando no sé que impalpabilidad a las rosadas transparencias mal veladas por las muselinas. Vivía pero como flotando en la atmósfera. Había en ella, esa movilidad y ese cambio constante que tienen algunas de las creaciones de nuestros sueños. La inspiración encarnada en aquella mujer manifestábase en el momento, como la más espiritual y más delicada y a pesar de eso, más vigorosa creación de la poesía.

Era algo semejante al ser que vive en nuestro interior por el recuerdo, o a la concepción imaginada, pero sin forma posible por el exceso de bellezas con las que se le adorna, triste como la impresión del dolor, vaga como los ritmos de aladas formas, aérea como los sueños de los poetas y ardiente como la sangre que vivifica al corazón cuando se apasiona. La poesía emanaba de ella como la profunda iluminación de sus ojos.

¡Qué me importaba ya que hablase! ¡Qué el oírla! Yo la tenía allí, ante mí, suprema manifestación de la más exquisita forma, vibración poderosa de una idea, soberana aparición de un alma que encerraba en sí, el poder divino, el poder de crear mundos, no de sensaciones, cielos de sentimientos para mi ya gastado corazón. ¡Qué me importaba el poseerla, si la poseía acariciándola con mirarla! ¡Cómo podrían destruir la impresión en mi producida y borrar del espíritu la imagen ya formada! Desde aquel instante, mi espíritu antes muerto a la vida de las pasiones, volvía a existir agitado por la fiebre de los sentimientos y en el porvenir, Dios se dividiría el imperio de mi corazón con el amor despertado por aquella mujer. ¡Yo amaba, no, no amaba, yo creía!

Yo creía que ahí estaba la dicha entera de mi vida. En aquel estudio pobre, humilde, oscuro, por nadie conocido, rodeado por aquellos libros, con un amigo que me guiaría en la vida, con una mujer que me amase y con un horizonte en el que solo veía la laboriosidad y la instrucción. Un ser a quien adorar y otro para penetrar en las oscuridades misteriosas de la ciencia. El amor y el talento, esas dos radiaciones del alma llenando mi porvenir.

La vida, vista con verdadera filosofía, no es más que una serie de equivocaciones. Nos tropezamos en ella, a cada paso, con el egoísmo. El provecho propio, es lo que cada uno considera y quiere. El primer ejemplo era yo mismo. Ya declaraba aquella casa mi propiedad, el amigo transformábalo en hermano y la mujer en amante. Si él hubiese sido un idiota, ella una mujer fea y la casa un estercolero, a buen seguro que el sentimiento y las esperanzas de felicidad hubiesen brotado de mi ser. La casa no era un palacio, pero le pertenecía y la mujer soberanamente hermosa, llenábala con esa iluminación que parece desprenderse de la belleza.

¡Yo creía! Creía que aquella mujer era el hada, el ángel, la forma del ritmo, la inspiración, la poesía! El sentimiento se formaba a su presencia como la luz en los cielos ante la presencia de Dios. Transformábase el alma en vergel de ilusiones y la inagotable creación brotaba fecundando el espíritu. Antes deseaba el oírla, en aquel momento mirarla, después me bastaría con el recuerdo.

Llenaba aquella casa como el calor vivificante que oculto vive en los rayos del sol, el cerebro de su creador como la sucesión no interrumpida de las ideas y mi corazón como el presentimiento y como el deseo.

Como el deseo, si, pero como el deseo puro, inmaterial, celeste, que revela la eternidad para el alma, como la aspiración a la creencia y la fe para el indefinido porvenir. Creía y creía que en aquella alma encarnaba la idea de Dios, como en aquella palabra el verbo divino. Creía, obligado a creer que lo que yo admiraba en aquella mujer, maravillosa revelación de las formas y de sus sensualidades, no eran los encantos que se ofrecían ante mis ojos deslumbrándolos , era algo superior a sus bellezas físicas, algo como la fuerza que sujeta y domina y doblega a la materia, como la ley a la que obedece la fuerza, como el espíritu que acciona porque quiere y que piensa y que siente y que ama. Yo creía en el alma y esto era lo que yo aspiraba y lo que tal vez yo amaba en aquella mujer… pero desgraciadamente el alma no existía.

El alma era lo que faltaba y era el alma lo que se trataba de crear.

Ambos guardábamos silencio después de las frases transcritas.

Ella con voz vibrante, conmovida y apasionada, prosiguió, como apoyando nuestras ideas o continuando el desarrollo de las suyas:

—¿Qué es un ser sin pasiones? ¿Qué es un ser con los instintos vivos y con las pasiones gastadas o muertas? ¿Qué son las ideas que no estén animadas por los movimientos del corazón? ¿Qué es la inteligencia de un ser que carece de sentimientos? ¿Qué son los pensamientos sugeridos por solo la reflexión y en los que no brilla la llama del deseo, el ímpetu de la ira, la abnegación del amor y el entusiasmo y la grandeza de una pasión? Meditaciones frías, análisis practicados con el conocimiento de la vida, productos obligados del cerebro, que fabrica ideas para vivir como el corazón acelera sus latidos cuando se anima, vivifica y siente. El uso de las pasiones usa y gasta la vida. La fuerza vital parece decrecer con el decrecimiento de las pasiones; y cuando estas nacen y crecen y se desarrollan y se exaltan, ¿no vienen a ser como los diversos aromas y los múltiples resplandecimientos del espíritu? La vida solas vuélvese sensible bajo las formas de luz, calor y electricidad y en el alma humana no existen radiaciones misteriosas que se manifiestan bajo las mismas faces? ¿No existen ideas luminosas, ideas que despiertan ardientes sentimientos e ideas en las que se nos comunican las electricidades de otros seres y de sus pasiones? La vida de la pasión no es solo la vida para la carne; es vida para el espíritu y vida multiplicada para el corazón.

Dante atravesó el mundo como un huracán de pasiones. Solo, sombrío, meditabundo, abandonado, perseguido, errante envuelto en el torbellino de su gloria con el recuerdo de su único amor y de sus grandes odios, sufrió haciendo sufrir y sintió haciendo que con él sintieran. En aquel corazón vivía el infierno de sus pasiones y los tormentos que él decribiera, los incubaba su pensamiento y los llevaba en su alma. No era el visionario, era el condenado sublime, el vidente inspirado contemplando los abismos múltiples del espíritu; el genio martirizándose con sus creaciones gigantescas, obras de su dolor, que llegara con su propia tortura hasta la concepción delirante y hasta el fondo de ese cielo o de ese infierno que todos llevamos en nuestro interior.

La voz vibraba dulce, argentina, intensa, con entonaciones tan pronto vagas como vivísimas, tan pronto lánguidas como rápidas y en las cuales brillaban las ideas, dando vida, y vida poderosa a su dicción. En el exterior la atmósfera brillaba también espléndida y llena de magnificencias. El espíritu de Dante, sombrío, luminoso y profundo como la noche y los cielos, parecía animarla.

—No su historia contemporánea la historia de sus pasiones fué lo el transcribió. Su creación encierra la epopeya de las pasiones. Su gigantezco espíritu conmovía y arrastraba tras él, sacudiéndolos, impresionándolos e inspirándolos a legiones de espíritus a quienes comunicaba su modo de ser apasionado como Goethe comunicara sus ideas leyendo a Dante se siente y leyendo a Goethe se piensa. Uno crea el poema de las pasiones y el otro el poema de las ideas. El primero anima a la naturaleza con el corazón y el segundo con el cerebro. La vida irradia de ambos. La ira hace palpitar y vivir a los pensamientos vertidos por aquel como la reflexión vuelve analíticas a las ideas vertidas por éste. El sentimiento se desborda en emociones dulcísimas o en rugidos feroces; el otro piensa y subordina y doblega los latidos de su corazón a su eclecticismo. Dante siente y se estromece con todas las pasiones humanas, Goethe piensa con la poesía de todas las épocas. Aún cuando no queramos, la bilis desbordándose en el primer caso de creación a las ideas como la bilis dominada en el segundo, las genera en diversa forma. ¿Cuál de ambos es más grande? ¿Cuál puede influir más en la concepción? ¿Cuál de los dos, examinado en su género respectivo, sanciona más y apoya la nueva teoría emitida sobre la generación de las ideas?

Aquella noche no habló más. Salí preocupado con la originalidad de la teoría y con la solución del problema. Ambas preocupaciones no eran tan poderosas, como el sentimiento ya desarrollado y para el cual únicamente vivía.

XIV

En el estado de exaltación en que yo me encontraba, ya no era posible dominarme. Aquella mujer reinaba de un modo absoluto en mi alma. Toda mi existencia, en todos sus instantes, estaba llena con sus recuerdos, todos mis sueños como impregnados por sus ideas, todas mis acciones no reconocían otra causa que las generase más que la aspiración incesante hacia ella. Lo que tantas veces se verificara en mi vida, volvía a repetirse y lo que había temido analizándolo antes de que sucediera, volvía a subyugar a mi espíritu. El alma ya no existía más que para adorar a aquella mujer. El amor había vuelto a apoderarse de mí y de todas mis facultades, pero esta vez de una manera razonada, lógica y por lo mismo irresistible. En la discusión interna el corazón había acabado por dominar completamente. Amaba, pero amaba convencido de que debería amar.

Vulgarísimo podrá parecer, pero cuando la serie de mis razonamientos terminó, tuve que adoptar la resolución que todos adoptan: debería unirme a ella, poco más o menos como todos se unen, es decir, debería mezclar nuestras dos existencias para convertirlas en una caricia eterna.

Seamos breves porque remover ciertos recuerdos y describir gastadas sensaciones, no producen efecto, más que el hastío del lector y el hastío más profundo aún del corazón.

Cuando el corazón ya no siente complácese en fomentar falsas sensaciones.

En una de aquellas entrevistas, yo hice mis proposiciones francas, claras y precisas. Una sonrisa irónica se dibujó en los labios de mi amigo al contestarme a ellas.

—Yo no tengo inconveniente alguno y por el contrario no desearía otra cosa más que verla a ella y a ustedes felices. Asociémonos para curarla y cuando esto sea un hecho, el corazón creado por usted natural es que le pertenezca. Ya le he dicho que fuera del estado sonambúlico esa mujer es una idiota. Es preciso que la vea en este estado. Estoy seguro de que solo su compasión despertará.

Ese era precisamente mi deseo. Con el más leve rasgo de inteligencia que revelase en su estado normal, mi resolución estaba ya adoptada. Mi curiosidad quería a todo trance satisfacerse y mi interés, el interés ya adquirido, tenía nuevos motivos para acrecentarse.

—Yo no hago más que secundarle en sus ideas, contesté, ha tiempo que así lo deseo.

Hizo con ella lo que practican todos los magnetizadores. Fatiga la descripción de lo que tantos hacen y casi todos han visto. Unos cuantos pases bastaron para retirar el fluido nervioso, que la envolvía trayéndola al estado natural.

Opacóse el brillo del cutis como se opaca la cara de un ser humano cuando desaparece la vida, desapareció la lucidez y el fulgor de las pupilas, contrájose la boca con amarga sonrisa, y solo quedó ante mis ojos, la belleza de la forma deslumbrándome con el lujo de sus morbideces. El alma había en la apariencia desaparecido. La simpatía, la gracia, la expresión, quedaron sustituidas con la inmovilidad de las facciones. El atractivo fué reemplazado por algo peor que la inercia, por una rigidez y una frialdad que repugnaban. La frente, que casi se veía pensar,cambiose entonces en una frente de mármol y la cara, antes apacible, movible y luminosa, en una cara de piedra. Instantes después cesó en la sonrisa hasta la expresión de la amargura y en las pupilas, aquellas poderosas manifestaciones de la vida del espíritu. Desaparecieron las radiaciones misteriosas de la vida inteligente y como alguna vez me lo dijera, solo quedó una estatua de carne, dotada con fascinadora hermosura. Las bellezas de la forma resplandecían con delicadas y exquisitas sensualidades. Aún así, aún en aquel estado, aquella mujer era soberana y soberbiamente hermosa.

No había lugar a la duda como no había tiempo para el asombro. La transición había sido brusca, pero tan natural como el paso de la luz a las sombras y después a las tinieblas. Ciertas impresiones se comprenden sin necesidad de describirse.

Como Miguel Ángel ante su Moisés, aquel hombre se aproximó a la joven y sacudiéndola violentamente un brazo, le dijo con tono imperativo:

—¡Habla!

Los ojos parecieron girar en sus órbitas, un rápido destello de inteligencia iluminó vagamente el fondo sombrío de sus magníficas pupilas y algo, semejante a la vida, brilló por un segundo tan solo en la fisonomía, inmóvil entonces y antes tan inamovible, expresiva y apasionada. La voz había también desaparecido como la fuerza nerviosa que la animara. Las facciones recobraron su estúpida inmovilidad. Repitió aquella orden con mayor energía y el resultado fué el mismo.

—¡Habla! gritó con acento desesperado. ¡Grita, llora, quéjate, muévete, vive! ¡Insúltame pero habla! ¡Maldice, blasfema, solloza, hiere, piensa! ¿No oyes? ¿No ves? ¿No sientes?

La cara permaneció impasible. Hubo algunos estremecimientos leves en aquel cuerpo tan hermoso, las manos se agitaron como buscando algo en el aire, la mirada brilló nuevamente, la vida se hizo por algunos segundos, para después volver a aquella inmovilidad semejante a la muerte.

—¡Lo ve usted!, dijo volviéndose a mí. ¡Lo ve usted! ¡Es un trozo de carne sin alma! ¡Es necesario hacerla pensar, hacerla sentir, hacerla vivir! ¿La ama usted? ¡Comuníquele el sentimiento que le anima! ¡Deje la fiebre de sus ideas y el ardor de su sangre! ¡Dicen que el amor es omnipotente! Yo no lo he sentido jamás y tal vez por eso nada he podido obtener, pero usted, usted que la quiere y que así me lo dice, ¡déle, déle la vida que no he podido comunicarle!

¡Qué misterioso es el sentimiento y cuánto falta todavía en él por estudiarse! ¡Qué caprichoso es el corazón y como se contradice en sus pasiones! A veces, me he preguntado si los caprichos serán virtudes o defectos del alma. Lo que debería haber destruido el sentimiento formado, fué la causa para que se multiplicase. Una mano de hierro parecía comprimirme el corazón con una fuerza espantosa y el deseo de encender en aquel cerebro la inteligencia, se apoderó del mío. El amor de forma transformado lentamente en el amor de las ideas, se convirtió desde aquel momento en el amor, no de una dificultad, en la vehemencia que se produce en nosotros, cuando nos encontramos enfrente de un imposible. La pasión se desencadenó en el espíritu con la salvaje magnificencia con la que a veces se desata una tempestad en el océano. El espíritu es a veces, tan impenetrable como el cosmos. Como aquel también tiene en sí, la universalidad en sus creaciones transformación incesante. El ideal soñado y presentido en los cielos, aviva el anhelo del alma, que quiere anticiparse a los misterios que encierra la eternidad y desde la tierra, crear. Teníamos en aquella mujer los elementos de la vida, la fuerza, la materia y conocíamos ambos ciertos secretos de la concepción. Dios no es más que el amor infinito desenvolviéndose en múltiples formas de belleza en todo el universo. Lo que en aquel hombre faltaba, yo lo tenía, necesitaba tan solo un instante de inspiración.

Volviendo sobre mí mismo y dominando mis impresiones, interroguéle:

—¿Cuáles medios ha empleado usted para atacar el idiotismo y la parálisis?

—Todos los que aconseja la ciencia y su estudio constante, repuso fríamente.

—¿Además del magnetismo?

—El magnetismo no lo aconseja nadie, porque nadie lo conoce. Dúdase de su existencia y de sus aplicaciones y a los magnetizadores considéraseles como charlatanes. He aplicado todos los métodos. El ejercicio obligado para los músculos, alcaloides sobre el sistema nervioso, la electricidad por diversos sistemas; todo los medios que han puesto a mi alcance la naturaleza, la ciencia, el estudio y la práctica. Durante el sueño sonambúlico ha hecho indicaciones que no han dado resultado alguno en su estado ordinario. He utilizado la naturaleza, tratando de despertar sus pasiones, y hasta hoy todo ha sido inútil. Solo vive con la vida magnética. La ciencia se ha estrellado, y ya que nada puede obtenerse por multiplicadas acciones sobre la inteligencia, veamos si algo puede producirse por el corazón. Si se logra despertar en ella la menor impresión, el menor sentimiento, el problema está resuelto.

—¿Y usted me autoriza…?

—A todo, replicó, a todo. Poco me importa su belleza. Lo que yo necesito resolver, es el problema científico. Lo que yo veo, es el bien para ella. El sentimiento es egoísta; pero en mí no existe. Hágala usted sentir, si puede.

Y cayó sentado junto a la mesa que había en el estudio, apoyando su frente sobre ambas manos.

La joven permanecía muda, inmóvil, fría, yerta con los ojos fijos, las pupilas mirando, pero sin expresión, los labios entreabiertos, la mandíbula inferior como caída, y toda ella como agobiada por la agonía. Como había dicho, era la carne, la carne con vida, pero la carne sin alma.

Trascurrieron algunos minutos de silencio, y después, aproximándose a ella, dijo suavemente, apoyando una de sus manos sobre su adorable cabeza:

—¡Duerme…!

En vez de producirse el sueño, prodújose la vida. Irguióse, resplandeció el cutis, animándose las facciones, relampaguearon los ojos, centellaron las pupilas y en las miradas y en las sonrisas volvió a revelarse el alma. La vida magnética recomenzaba.

Hubiérase creído que era una poseída, en sus momentos de inspiración.

—¿Para qué sirve la fuerza de voluntad, la perseverancia, el estudio, la ciencia y todos los conocimientos que uno adquiere, murmuró con tristeza cuando no puede usted producir un solo arranque de sentimiento, una sola vibración de eso que ustedes los espiritualistas llaman alma?

—Y que existe, repliqué con firmeza, volviendo a admirar en aquella mujer sus soberanas radiaciones.

—¡Existe! exclamó con arrogancia. Existe la mía, la que yo le comunico, la que yo le doy con la fuerza vital de mis nervios. ¡Es mi electricidad la que en ella vive! ¡El fluido magnético es el fluido nervioso, un fluido tan material como el aire y como el calor y que llegará a ponderarse! Yo acelero su vida con la vida mía, como el amante exalta la belleza de la mujer amada, con la imaginación. Eso, es el fruto de mis concentraciones, del empobrecimiento de mi sangre, de mi tensión nerviosa! ¡Si yo sintiera, le comunicaría el sentimiento como le he comunicado la sensibilidad física; pero yo nada siento, yo no he sentido nunca, no he sentido jamás! Como otros han conservado la virginidad de su cuerpo y el vigor de su sangre para engrandecer su potencia intelectual, yo he conservado la virginidad todavía más difícil y más extraña, ¡la del corazón! Esa mujer que refleja mi vida y que en lo que ustedes llaman espíritu, me refleja también, no siente, porque yo no siento. Y aún cuando así lo quiera, nada puedo lograr. No depende de mí. La belleza física, la hermosura de las formas que a ustedes conmueve, no hace efecto alguno sobre mis nervios; la belleza moral, esto es, el sentimiento, no lo he comprendido y experimentado en mi vida; la belleza intelectual, es la adquirida por el estudio. He educado su cerebro, y ella refleja en él las ideas adquiridas en los libros; esto es, la belleza adquirida por otros; pero yo copio también errores, que puedo producir como todo ser humano. Es un cerebro, que no puede concebir, hasta que el corazón ame. Amando, aún cuando no sea a mí, habré creado un ser. Hágala usted que ame. He ahí la inteligencia creada, la mirada con pasión, la sonrisa luminosa, la voz expresiva, el movimeinto y las ideas; casi el ser… Pero, ¿y el corazón y los sentimientos, cómo, cómo crearlos…?

Entorpecida como lo está en su doble vista ve, a pesar de eso, lo bastante para leer en el corazón de usted, sobre todo, cuando son ideas que a ella la conciernen y la afectan. Sé lo que usted busca y lo que cree encontrar en ella. Un corazón virgen como el mío. Ahí lo tiene usted, ya la ha visto en sus dos estados, el magnético o artificialmente nervioso y el natural, que es en ella, el idiotismo. En este último, no podrá obtener el menor movimiento, una sola palabra y una sola idea. En el estado magnético, conoce ya sus exaltaciones. Es un estado casi delirante y febril. Es una existencia que solo se desarrolla en algo semejante a la catalepsia o a la epilepsia y que pasa sin transición de la vida inconsciente de la piedra a la vida de fuego, que a sí mismo se consume. El problema está propuesto; tócale a usted resolverlo.

—Usted la ha obligado a pensar en el sueño sonambúlico. ¿Por qué desespera de hacerla sentir?

—¡Porque nada siento! ¡Porque en mí la vida del corazón está subordinada a la del cerebro, porque puedo experimentar sensaciones, pero, lo repito, desconozco los sentimientos! Todas las mujeres son para mí, iguales a esa; belleza de formas, delicadeza de cutis, brillo en los ojos, luz en las sonrisas, gracia en los movimientos, voluptosidad en el conjunto, poesías en las exaltaciones que nos producen, pero todo eso nada me dice, no habla a mis sentidos que están muertos, no inspira a mi inteligencia abstraída en la contemplación interna de tantos problemas y tantos enigmas propuestos para que los investiguemos. Ofrecí a usted presentarle un hecho y un hecho que entraña un estudio, que con treinta años de observaciones no he podido resolver. Trato de aplicar el sentimiento como he aplicado la estricnina y el fósforo; no encontrándolo en mí, aplicaré el de usted. Esa mujer es un enigma para la ciencia y yo vivo para ésta. Fuera del estudio me habla de un mundo desconocido y en un idioma que no comprendo. Le ofrecí ciertas aplicaciones del magnetismo y ya las ve usted; el resultado, es el pensamiento durante el sueño sonambúlico, el idiotismo fuera de éste. Esa mujer no obedece a las leyes de la física más que de un modo automático; sus fuerzas meramente mecánicas, son una resultante de las mías; las reacciones químicas no se verifican en ella más que de una manera incompleta; el cerebro no funciona más que doblegado por el mío; su sistema nervioso roba mi vida para nutrirse; en una palabra: es la carne, los nervios, los huesos, la médula, la sangre, los músculos animados por la fuerza de la vida y esa vida es una vida vegetativa. Faltan las pasiones. He desarrollado la existencia física, he creado una inteligencia, la he hecho accionar y pensar, pero no la puedo hacer sentir y sentir… ¡Oh para los que nunca han sentido eso debe ser vivir!

La fisonomia de aquella joven radiaba entre la atmósfera sombría que llenaba el estudio. Veíase que pensaba con nosotros, que nos comprendía, que la vida intelectual, en aquel estado, era casi perfecta; movimientos imperceptibles de sus cejas, leves contracciones del terso cutis en su frente, relámpagos de inteligencia que cruzaban sus ojos, miradas tan pronto dulces, como entusiastas, como ardientes, revelaban en ella la vida del alma. Ya otras veces la había oído expresarse con claridad, con precisión y en conceptos casi siempre originales, raros, y con el entusiasmo que solo podría producirse con la vida propia a las pasiones ¿Cómo podría dudarse expresándose como se expresaba, de que aquella mujer sintiese?

Como Prometeo encadenado representa el espíritu humano sujeto a la mezquina existencia de la tierra, así, ella representaba la inspiración sujeta a la forma, arreglada por la ciencia, doblegada por la voluntad, pero la inspiración sin alma, sin expresión, sin la irresitible belleza del sentimiento. La hermosura clásica brillaba en toda ella como puede vivir en la escultura y en la estatuaria; fría y sin movimiento. Faltaba la acción y la acción vendría a producirse con las pasiones.

Era necesario crearlas.

XV

¡Crear las pasiones! ¡Crear las pasiones en un ser que no podía pensar y que no hacía más que reflejar pensamientos ajenos! ¿Cómo puede despertarse el odio en una piedra? ¿Cómo puede producirse el celo en quién no ama? ¿Cómo encender el amor en quién no piensa? Las pasiones son formas de las acciones del alma y para manifestarse necesitan de los pensamientos así como estos necesitan en parte de aquellos para generarse. La sangre no se inflamaba en ella por los deseos, circulaba como podía circular la linfa; el corazón se movía pero no impulsado por los sentimientos, palpitaba obligado por la ley misteriosa de la vida; pensaba pero como se piensa cuando nos invade ligera calentura o el principio de una fiebre, imágenes creadas por el delirio que se devanecían sin dejar nada provechoso a la concepción; los fenómenos de la circulación y el movimiento eran instintivos y cuando no, obligados; respecto de las ideas, solo podían producirse en un estado constante de exaltación. ¿Qué había en aquel ser? Para su creador, si así puede llamársele, todo. Para el razonamiento filosófico, frío y severo, nada. La materia doblegada por la fuerza de la vida, el cerebro dotado con la facultad retentiva y reproductiva en el sueño magnético y la falta absoluta de sensibilidad y por lo mismo de impresiones en el corazón y también en el resto del organismo. Era un cadáver en la voluntad, otro cadáver en sus sentimientos.

¿Qué valía el problema de la generación de las ideas que preocupaba a aquél cerebro? ¿Qué valía el orgullo que manifestaba por aquella saudez de la virginidad del corazón? El corazón no existe sin pasiones. ¿Qué había creado? Exaltar la vida cuando la vida existe, nada es. Producir la instrucción por el estudio, todos lo han hecho. Facilitar la locución de la palabra por el ejercicio, es lo mismo que el desarrollo de la musculatura por la gimnasia y el de la memoria por la práctica continuada. ¿Qué había creado, hasta tanto que no hubiese creado el corazón?

El poema de las ideas, es nada ante el de la acción, que es el de las pasiones. Goethe comparado con Shakespeare. Shakespeare es el Dante del corazón.

Los poemas del pensador alemán pasaron ante mi vista, como pasaron también las pasiones arrebatadas al espíritu, por el genio del dramaturgo inglés, y a sus recuerdos, el mundo interior poblóse de creaciones.

El cerebro eetaba lúcido, la conciencia tranquila; pero el corazón rugía. El corazón rugía porque amaba; amaba con el más terrible de todos los amores, el amor causado por la impotencia y por la desesperación.

En la memoria dibujábanse las formas de aquella aparición con los contornos como luminosos; despertaba el deseo, provocaba el delirio; engrandecíase el pensamiento en la fiebre; acariciábala, prodigábala la ternura; animábala con fingida vida y con entusiasmos y acciones que solo viven en la existencia multiplicada por la pasión, y cuando el pensamiento ya la había hecho suya, cuando la imaginación iba a crear verdaderos océanos de deleites para mi espíritu, encontrábame, por brusca transición, con la carne helada, el cuerpo inerte, las pupilas yertas, el pensamiento paralizado, e idolatrando un cadáver.

Y el corazón se consumía adorando. Se consumía adorando la carne, cuando buscaba el alma, las formas, cuando anhelaba las ideas, la mujer, pero la mujer insensible, estúpida y fría, cuando anhelaba el alma. Dios mismo hubiera destruído su creación.

—¡Qué importa que hable! ¡Es la voz, con la expresión ajena en sus ideas! ¡Las palabras, animadas con pensamientos de otros! ¡Las frases, con ingnorado sentido! Libros ocultos en su cerebro. Repeticiones de lo que todos han dicho y pensado! —¡Qué importa que mire! ¡Son ojos, pero ojos de cristal! ¡Pupilas animadas por falso y fingido brillo! Se mueven, pero como se movería un autómata! ¡No vive mientras no piense, y no pensará mientras tanto no ame! Es necesario hacerla pensar, sentir, moverse, anhelar, querer; ¡pero no como una máquina! ¡Quiero que esa mujer sienta, quiero que esa mujer ame!

Esto lo pensaba el cerebro, porque el corazón palpitaba y quería. Se le ha dado la vida nerviosa, pero como la producida por el galvanismo; se ha practicado la transfusión de las ideas, como la transfusión de la sangre; la voz como la copiada por el fonógrafo; el movimiento, como a la maquinaria de un reloj; algo del instinto despertando a la bestia, a la carne, a la materia; pero falta el arranque, los ímpetus, los sueños, la imaginación, las emociones, la vida nerviosa natural, la exaltación en los deseos, la vida por el pensamiento, y sus fiebres y sus delirios, y más que todo esto, la vida de los sentimientos, con la vida del corazón.

¡Oh, yo quiero que piense, para que pueda sentir!

Y la entraña generadora de las pasiones palpitaba convulsivamente dentro del pecho.

—Ama… murmuraba con desfallecimientos supremos en su vida. Ama, balbutía torciéndose entre intensas voluptuosidades. Ama, vibraba con energía soberbia, dilatándose; ama para que goces y sufras, como gozo y sufro con tu recuerdo; para que bendigas al dolor y te extasíes en el martirio; ama para que pienses, mientras yo por amor veo aniquilarse la esencia de mi pensar.

Y el exceso de sensaciones aceleraba la vida del corazón que después de dilatarse, se comprimía.

Se comprimía por la angustia causada por aquel recuerdo voluptuoso y triste. Ansiaba al recordar la expresión y sufría al ver que adoraba aquella inmovilidad helada, fría, rígida, dura; acariciaba y acariciaba el mármol; soñaba con el beso y en vez de besar la brasa, besaba la piedra.

Como el pensamiento en un éxtasis casi religioso la había poseído, el corazó en un beso supremo, la hacía también suya.

Existen sensaciones que no se copian. Las imágenes por lo vivas parecen enfermedad de las ideas. El delirio es el pensamiento que se sublima y que se exalta. Al purificarse enaltécense. Faltánles en su existencia multiplicada, la manifestación en enérgica forma. Es como si un hierro hecho ascua calentado al rojo blanco o a algún grado no concebido aún por la ciencia, os lo aplicasen sobre las carnes y sobre la frente. Sentís que el calor os penetra, que destruye las fibras, llega al hueso, lo rompe, funde la médula y se esparce, corroyendo y os recorre, como la llama por las venas o un rayo, por los nervios. Así es la inspiración.

La incandesecencia flota en el aire. Cada poro, cada átomo, cada partícula de vuestro cuerpo sufre igual sensación. Es el fuego quien os envuelve y os seca y os calcina devorándonos. Es la atmósfera convertida en llamas. Es que os sentís quemar y consumir en lo íntimo, en lo profundo, en lo sagrado del alma. No hay punto de la totalidad, de vuestro espíritu que no sufra ese sacudimiento extraño, ese vértigo de ascensión constante, esa especie de epilepsia tremenda y dolorosa en las ideas. Es la vida que os arranca por más esfuerzos que hagais para evitarlo. Es la existencia que quereis transmitir a costa de la vuestra. La fiebre de la sangre transmitiéndose al sistema nervioso. El dolor generando placeres supremos e inconcebibles. La esencia de la vida comunicándose a las palabras. Convulsiones en las que el corazón se ahoga en fuerza de sentir. Así el ácido cerébrico se ha consumido en fuerza de soñar. Las sensaciones trsnaformanse a veces en sentimientos, como los paisajes en recuerdos, en riqueza de imaginación, en colorido y en inagotable movimiento. Es como la fiebre de un beso que flamea sobre vuestros labios mucho tiempo después de que la habías arrebatado, os quereis quitar la memoria, tratais de apagar la sed devoradora que os produjo y con vuestras manos desearais arrancaros los labios con desesperación para arrancar aquel recuerdo y el beso, beso candente, marca de eterna lava, delirio estático y supremo en el que se extingue toda vuestra fuerza, vuestra savia y vuestra vitalidad, permanece allí, como una brasa, consumiéndose sobre vuestros labios, como la expresión de un dolor intenso, como la manifestación poderosa de incomparable e inextinguible deleite.

Así gozando con aquella caricia soñada, sentía repentinamente sobre mis labios los labios secos, yertos, inmóviles de una momia y ese constraste hacía que aquella entraña, entre el más profundo y misterioso en que se agitan todas nuestras pasiones, desfalleciese debilitándose y otras se dilatase, sufriendo por no poder consumirse y rugiendo para poder vivir y así como las ideas engendraban sensaciones, estas engendraban nuevas, pero más dolorosas ideas. El cerebro pensaba por qué el corazón sentía. Sentía el amor estrellándose contra la impotencia física, contra aquella paralisis intelectual. Sentía el deseo vigoroso, ilimitado, fecundo, enorme, apoderarse del ser y estrellarse también contra la atonia y su inmovilidad. Existe el cretinismo del corazón; y de éste nacen los idiotas del sentimiento. A pesar, de toda su hermosura carecía de pasiones y por lo mismo, si era una imbécil para pensar, era una idiota para sentir.

Era necesario crearlas.

El obstáculo colocado ante mi, porque yo no vivía ya más que para aquel ser, era un obstáculo moral. El imposible era el estímulo para exaltar la voluntad; esta con todas su obstinaciones, se concentró en el sentimiento naciente, naciente cuando ya era la única idea que podía concebirse en mi cerebro.

¡Oh sí! ¡Yo sentía; yo amaba, yo creía! ¡Yo sentía lo inexplicable, yo amaba a aquella desgracia, yo creía en aquel infortunio! ¡Yo me hubiera arrancado la médula para crear la suya, me habría arrancado las entrañas por conmoverla, desplazándome el alma por hacerla palpitar y sentir, llorar y querer, admirar y amar. ¡No, no era el corazón que se amaba a sí mismo, amándose en sus sentimientos y el espíritu, amándose en sus concepciones, era el espíritu amándose en sus sentimientos, era el amor adorando el imposible y el alma anhelando el ideal! ¡Era el misterio, el impenetrable misterio de la creación propuesto a nuestras investigaciones. ¡Dios en el sentimiento queriendo crear el espíritu por el amor!

La posesión física habría exacerbado la pasión por el momento con el goce y después de satisfecha, se habría extinguido esa pasión, pero la posesión no podía realizarse porque la pasión no existía. Dejarse acariciar no es participar de las caricias como dejarse amar no es participar y sentir el amor.

La naturaleza presentaba en aquella maravillosa hermosura una fuerza de inercia invencible.

XVI

Pasaron semanas y transcurrieron meses. Día a día verificábanse aquellas entrevistas y nuevas discusiones y nuevos estudios. La abstracción habiase apoderado de nosotros y si él no vivía más que para pensar, yo no existía más que para sentir. Consultábame todos los medios empleados para producir la vida nerviosa en su estado natural, variábanse en sus términos las discusiones, estudiábamos y como resultado de aquel estudio, él, cada vez sentía desvanecerse sus esperanzas y yo acrecentarse mi amor. No mi amor, aquella pasión que tenía en sí mimsma la fuerza de consumirme por la multiplicidad de obstinaciones y ante sí, el obstáculo de lo insuperable. Así como el océano se estrella ante las rocas que lo limitan descomponiéndose en encajes de espuma, así la voluntad, toda la voluntad de mi espíritu, se estrellaba contra aquel ser, descomponiéndose en ideas tristes, dolorosas, enfermas, ardientes, que vivían formando la vida apasionada en la que se agitaba el corazón.

¡Había observado en ella la evolución misteriosa de las ideas, su desenvolvimiento su progresión; oíala diariamente, observaba la variabilidad constante de sus pensamientos, su originalidad, la poesía en ellos envuelta, las melancolías, los dolores y deseos que aparecían en sus imágenes; las voluptosidades que a veces hacían temblar su voz; el ardimiento del alma que se exhalaba en frases; la puerilidades del corazón transformándose en las dulzuras encerradas en sus conceptos y en las caricias ocultas de sus ideas; los entusiasmos que a ocasiones producían lo que podríamos llamar el atropello de las frases, la inspiración volviendo convulsivo y apasionado el acento, el espíritu luchando para arrancar del cerebro pensamientos en delicadas o vigorosas figuras y esa lucha, lucha magnífica de la concepción, que estallaba en ideas, cuando yo quería que se desenvolviese en sentimientos!

¡No las palabras acariciadas por sus trémulos labios, las ideas animando y vivificando sus frases, las ideas brillando con lujo, las ideas desbordándose con irresistible elocuencia, con inimitable dulzura y con indefinible arrebato; no, no las palabras por ella besadas al pronunciarlas, los pensamientos claros, precisos, breves, su razonar profundo y su idealidad creciente, creaban la vida para mi cerebro que únicamente pensaba en admirar la poesía por ella producida y el desarrollo continuo y vehemente de mi sentimiento! ¡Ah, no me digais que yo amaba! ¡La contemplación del artista por su obra, no es, no ha sido ni será nunca comparada con el éxtasis mísitco que despierta en el alma la atracción irresistible de Dios! ¡Y era él, era el verbo divino, el verbo creador y su inspiración eterna, quien así hablaba a mi espíritu en las dulcísimas ideas y en los fecundos pensamientos de aquella mujer!

La naturaleza había desaparecido y sus encantos y sus esplendores ya no hablaban a mi alma. Su espíritu se evaporaba en ideas que eran absorbidas por el río. El tiempo había también desaparecido, y en la abstracción profunda, mi ser vivía como aquel ser, en algo menos imponderable y más sutil que el éter, en la luz, en el cielo. Su espíritu radiaba y me envolvía en luminosa y eléctrica atmósfera, sus pensamientos sugerían los míos, y la vida, no la vida de su sangre y de sus nervios, la vida de de su alma, la exitencia inmaterial de ser, impregnaba con misteriosa y sublime poesía, no sé qué incomprensibles anhelos de eternidad que me ennoblecían y que engendraban en los misterios más incomprensibles aún de mi ser, ideas que hacían divinizarse al corazón. La belleza de su alma haciase sensible en la belleza de sus ideas y su hermosura física habíase desvanecido y como opacado ante la hermosura irresistible de sus pensamientos.

No era, como antes creía, la instrucción comunicada por la tenacidad del estudio y las repeticiones de las ideas de otros y por ella adquiridas, era algo como la inspiración de todas las épocas y de todos los siglos, luchando con el rebelde espíritu de la forma, virgen, poderosa y fecunda como la primitiva inspiración de la India, bella con la incopiable belleza del clasicismo griego, solemne como el espíritu bíblico, severa como la enseñanza de la ciencia y sencilla y profunda como las exquisitas espiritualidades del sentimiento. Expresábase con dulzura y vehemencia. Nada era la voz y el acento comparados con las ideas que las palabras envolvían. Los pensamientos cobraban forma acariciadora, unas veces, y otras parecían manifestar las tempestades que agitaban a aquel corazón. El entusiasmo por ella sentido, comunicábasenos, y cuando hablaba, nosotros vivíamos únicamente para escucharla.

Hablaba en ella el espíritu del amor, amor profundo, inmenso, poderoso, que hacía vibrar nuestras almas al oírla, que conmovía nuestros nervios y que creaba nuevos mundos para nuestras gastadas pasiones. Él estudiaba el fondo de las ideas, yo admiraba su fecundidad, su brillo, su vigor y su elocuencia apasionada. Él amaba su obra, yo amaba el amor, pero el amor de las ideas, el amor ideal en la más arrebatadora de sus manifestaciones y mientras él estudiaba un problema, yo adoraba un corazón.

A veces le veía estremecerse, palidecer y con acento trémulo me decía:

—¡Lo ve usted! Es difícil resistir ese lenguaje en que habla la convicción. Ella piensa, razona, quiere. No desesperemos. Háblele usted. Hágala sentir. Hágala amar.

Y me conmovía más la desesperación de aquel hombre, que la irresletible elocuencia de aquella mujer.

¡Yo quería hablar! ¡Yo quería hablar, manifestando lo que en mí pasaba, lo que yo sentía y también lo que yo pensaba pero en vano. Las palabras como que se rompían antes de atravesar mis labios, y las frases que lograba pronunciar, eran vagas, indecisas, frías y nada podían expresar de los movimientos convulsivos que parecían despedazar por su violencia el corazón. Y era que el sentimiento así habla, y era que la pasión así se expresa!

¡Cuántas tardes pasamos como aquellas! ¡Cuántas noches, el sentimiento que velaba, alejaba el sueño! ¡Cuántas veces creímos ambos que el amor iba a producir la vida en aquel ser, y cuántas también al traerla del sueño sonambúlico, volvíamos a encontrarnos con aquel cadáver.

—Luchemos, murmuraba con desaliento suspirando. ¡Luchemos! Ya lo ve usted, ella piensa y quiere. Lo principal está hecho. Despertemos ese corazón, ¡Cómo pensará cuando sienta! ¡Cuántos misterios vamos a penetrar! ¡Cuántos secretos nos reserva el estudio!

Envolvíala en el sueño magnético, dominábala con el fluido nervioso y bajo el incomprensible fenómeno de la dilatación de la voluntad de aquel hombre, aquella mujer hablaba y manifestaba al hacerlo, fuentes inagotables de fecundas y de vivificadoras ideas.

—Yo todo la debo, decía conmoviéndose. Ella ha sido la inspiración que en sus momentos de éxtasis me ha enseñado y revelado arcanos de la ciencia que yo no conocía. Yo he educado su cerebro y ella ha formado mi pensamiento y ha creado mis ideas. La debo todo lo que sé como la debo todo lo que pienso. Sin ella es posible que yo dejase de pensar.

—Pero eso es amar, le replicaba, eso es amar y usted, expresándose así, puede hacerla sentir mejor que yo, que nada puedo expresar.

Caso frecuente y vulgar: el sentimiento se revelaba aún en aquel principio de celos, celos absurdos para quien la había formado y a quien todo también se lo debía.

—Amar, me contestaba con amarga ironía, amar el estudio, amar el origen de mi inteligencia, amar las ideas que me han producido los conocimientos que me han obligado a adquirir, lo que me ha hecho padecer, desear, luchar, pensar y no poder. Amar el enigma y el obstáculo, el misterio y el imposible, el arcano MUJER y el problema INERCIA. He ahí todo. He ahí lo que yo amo.

El obstáculo era también en mí la causa generadora del sentimiento, que fecundándose en cada instante, multiplicaba el apasionado existir de mi espíritu.

Otras veces encontrábale abatido, advertía el desorden en los libros, la confusión en los papeles y algo que me revelaba, la lucha de la inteligencia tratando de investigar lo que hasta entonces no había logrado obtener. Conocíase que sus manos convulsivas habían agitado aquellos objetos, instrumentos todos aplicados sobre los misterios de la ciencia y que poco o nada le habían producido en sus estudios, pues en aquella frente solo se revelaba esa tristeza sin nombre y sin fondo, esos dramas del pensamiento que la surcan con leves arrugas, esos combates constantes del espíritu tratando de conquistar nuevas ideas, luchas estériles que solo le producían un principio de desesperación, pero que engrandecían su alma supuesto que le engrandecían el pensamiento.

Lejos de aquella casa yo no vivía, el alma se quedaba ahí, al lado de aquellas dos almas, admirando a la una, adorando a la otra. Parecíame como si el espíritu se me desprendiese y como si el cuerpo, simple autómata, fuera el que se alejaba. Ese fenómeno de ubicuidad es bien sencillo en semejantes casos. En cualquier asunto que ocupase, el pensamiento como ausente estaba fijo, pero invariable y constante en los dos seres y tan luego como me retiraba, yo quería volver, para hablar y discutir y estudiar con él, para admirarla y adorarla a ella.

Las discusiones sostenidas habían iluminado mi espíritu, que comprendían como él, que el estudio nada era y de nada servía, sin la inspiración; y la inspiración brotaba natual y fecunda; poderosa, multiplicada y virgen de los labios también vírgenes de aquella mujer. ¡Cuántas horas de mi vida desaparecían absorbidas en el estudio de su cerebro y cuántas también una sola de sus ideas bastaba para preocuparme! ¡Cuántas pensé devorarla a caricias y despedazarla a besos, y una sola de sus frases y una sola de sus ideas, hacía cambiar mis pensamientos e instantáneamente producía en ellos, no la admiración, algo más grande que el éxtasis! ¿Cuántas preguntas contestadas son acierto y cuántos problemas, por ella propuestos con ingenuidad y sencillez, cuántos arcanos en su espíritu, qué sucesión de misterios?, qué lógica tan inflexible, qué belleza en las ideas, que naturalidad, qué vigor y qué virginidad en la concepción. La oímos, él estudiando y yo admirando, adorando.

Lejos de ella yo no pensaba en nada que no fuesen las ideas por ella emitidas, analizábalas, descomponíalas, comparábalas, trataba de investigar su origen, admiraba la belleza de su forma tanto como la profundidad de los pensamientos, y su amor, amor contemplativo, amor de las ideas, llenaba mi espíritu con la vida, con la esencia, con el perfume del suyo. Su alma había llegado a obtener la posesión de la mía y vivía, impregnado por así decirlo, con sus pensamientos, con la misma irresistible fuerza que existía en mí la creencia de Dios. El amor despertaba la idea de la immortalidad y mi pensar agitado a su recuerdo, como el océano en deshecha tempestad, volaba hacia ella con irresistible atracción, Poco me importaba resolver el problema, ya mi corazón lo había resuelto.

Veíala dentro de mí mismo, duplicación magnífica de almas, mezclada a mi espíritu, con él confundida y por él adorada. Veíala, radiante y vigorosa manifestación de todas las sensualidades, los caprichos, los deseos, mujer en todos sus sueños, provocarme, martirizarme, exaltarme, multiplicándose, cambiando de formas, revelando sus bellezas y en un solo segundo, cambiaba y solo quedaba el ángel, el ángel engendrando las ideas, el ángel ennobleciendo el espíritu, levantándole, purificándole, despertando todas sus aspiraciones y después y por desconsoladora y horrible transición solo quedaba ante mí, una mujer cadáver en sus pasiones y un ángel, un ángel negro y maldito, que solo me sugería el mal. El drama que en el pensamiento de mi amigo existía, volvíase trágico en el mío y trágico con inmortal grandeza.

Y no pudiendo vivir lejos de ella, yo volvía a aquella casa para absorberme nuevamente en su contemplación, para poseer sus formas deseándolas con ardentísima mirada y entonces en vez de sufrir yo gozaba, gozaba lo que nadie ha descrito, pensado y sentido, gozaba la posesión ideal de un ser por la posesión de sus ideas, la posesión de sus sentimientos por el reflejo de sus pasiones y yo sentía impulsos de arrodillarme, para adorar con verdadera idolatría, el cuerpo y el alma de aquella incomparable mujer.

Y hablaba, ¡oh! ¡hablaba lo que nadie ha dicho! ¡Hablaba lo que no recuerdo, lo que nunca he podido y tal vez no podré jamás expresar! ¡Decía lo que dicen los ángeles en esas alturas en que no manchan las palabras; decía lo que piensa, y lo que siente, y lo que quiere y puede sola y únicamente Dios!

Una tarde, (está fija en mi memoria de un modo imborrable; no, no fué una tarde, una mañana, una noche, no sé, no importa; un día) un día o una noche como ustedes gusten, llevábamos ya largo tiempo de no verla fuera del sueño sonambúlico, y dije al magnetizador, al que antes llamaba el loco, el extravagante, el estrafalario, etc.

—Tiempo ha que no la vemos en su estado natural, fuera del sueño magnético y del estado nervioso ¿cree usted que sería conveniente…?

—¿Para qué? dijo interrumpiéndome; creo que nada hemos adelantado.

—¿Usted juzga inútil…?

—Sacarla del sueño sonambúlico? Es igual. Es indiferente. Usted le ha dicho todo lo que un enamorado podría decirla. Usted ha expresado todo lo que la pasión puede expresar. Todo lo que los amantes dicen y lo que todos repiten. Creo que estamos lo mismo que al principio y que hemos perdido el tiempo. Frases, frases, todas son frases, y nada, nada de hechos útiles y provechosos. ¿Usted quiere verla en ese estado tan lastimoso?. Es bien sencillo. La traeremos a la vida real, la sacaremos del sueño magnético.

Guardé silencio recreando mi vista y mi inteligencia en la contemplación de los múltiples encantos de aquel ser, que en el momento participaba, a la vez, de la mujer y del ángel, y que se encontraba en pleno sonambulismo estático.

La voluntad del magnetizador hizo cesar ese estado, y cuando las facciones recobraron la inmovilidad que tenían fuera de aquella vida ficticia, me dijo sonriendo, como lo hacía siempre con profunda ironía:

—Ya lo ve usted. Es un cadáver, y el sentimiento ha sido hasta hoy estéril y no ha podido galvanizarla.

Guardé silencio mientras que mi cerebro y mi corazón se despedazaban ante el cuadro, repugnante y espantoso por una sola causa, la inercia.

—Volvámosla a la vida, dijo transcurridos unos instantes. Es inútil tenerla en este estado. Tanto para nosotros como para ella, nada produce el idiotismo. Volvámosla a la vida.

En aquella ocasión la joven no obedeció.

Dos, tres, diez veces consecutivas repitió con imperio sus órdenes. La voluntad estrellábase imponente contra la atonía. Envolvióla en el fluido magnético, multiplicando los pases; concentróse, hizo esfuerzos supremos; viéronse las venas en su frente inyectarse e inflamarse como si fuesen nervios o músculos; dilatáronse sus pupilas vibrando con la fuerza de una voluntad indomable; pero a pesar de ello, la joven guardó aquella rigidez de muerta y su inmovilidad cadavérica.

—¿Y ahora? le interrogué.

—¿Ahora? Ahora, nada. Usted es libre de pasar a esta casa cuendo guste y tendré placer en recibirle. Hace diez años guardaba igual situación. Tengo que recomenzar. Puede ser que uno o dos años vuelva a tenerla como se encontraba. Tal vez no tenga remedio y no volverá a caer en el sueño sonambúlico. Es necesario estudiar. Las ciencias magnéticas abren al pensamiento humano un vasto campo de estudios. Veremos más adelante el fruto y los resultados de sus nuevas observaciones. Creo que, si a usted le parece, hemos concluido.

Salí de aquella casa para no volver jamás… Salí de aquella casa triste, desalentado y convencido de que la soberbia y el orgullo humano no pueden medirse mas que por su pequeñez. El sentimiento, dulcemente acariciado por mí, se había desvanecido en unos cuantos segundos, y bastaba ver el cuadro presentado por aquella idiota, para no anhelar ya más motivos de inspiración.

Algunas noches, las noches en las que la electricidad ilumina la atmósfera, cuando las calles están más solitarias, le he visto todavía buscando la soledad para sus meditaciones y el aislamiento o tal vez el ejercicio. Parece como que busca a la tempestad y quiere como envolverse en su manto de relámpagos. ¿Trata de provocar al destino como provoca al rayo? ¿Busca en la electricidad su inspiración?

FIN